ABC 29/01/16
IGNACIO CAMACHO
· La admonición de González se dirige a la estructura sociológica de su partido: el enemigo no es el PP sino Podemos
DESDE que dijo aquello de que se sentía más militante que simpatizante, en tiempos de Zapatero, a González le hacen en la dirección del PSOE aproximadamente el mismo caso que a Aznar en la del PP. Pero al igual que su sosias de la derecha, conserva un ascendiente significativo entre las bases de la organización y entre los votantes de cierta edad que siguen siendo el núcleo elector del bipartidismo. Por eso ambas cúpulas dirigentes los suelen sacar de paseo en las campañas a riesgo de que les enmienden la plana; esa influencia es esencial para mantener la cohesión de ciertos sectores cuya vinculación a las siglas es de carácter sentimental, biográfico, emotivo. Ejercen de gurús, de depositarios de un legado moral, de santones de la tribu.
Por eso el posicionamiento de Felipe sobre la crisis de investidura no trata de enviar un mensaje a Pedro Sánchez, al que siempre tiene a tiro de teléfono –aunque no está claro que se le ponga–, ni menos a unos barones con los que habla a menudo; lo que pretende es crear un estado de opinión en la estructura sociológica del partido. Ésa a la que el secretario general apela frente a las reticencias de sus críticos cuando dice que la militancia no entendería que no pactase con Podemos. El recado gonzalista va dirigido a las entrañas de la clientela socialdemócrata sobre la que aún mantiene una especie de tutela oracular fundada en el prestigio de su auctoritas. Y contiene una advertencia explícita y contundente: no os equivoquéis de adversario.
De hecho ése es el único concepto rotundo y claro de su larga entrevista admonitoria, en la que no es posible hallar una apuesta concluyente por ninguna salida concreta al bloqueo. El contenido mollar se refiere a la identificación del peligro, expuesta con categórica firmeza: el enemigo del PSOE y de la estabilidad de España no es el PP sino Podemos. El populismo neochavista, «el leninismo 3.0» (sic). González atisba en Pablo Iglesias una versión posmoderna del proyecto de liquidación de la socialdemocracia con el que a él le hostigó Julio Anguita, sólo que con mucha más masa crítica. Lo que intenta con su alegato es desactivar la simpatía de las bases hacia la inflamada prédica bolivariana, desenmascarando sus raíces autoritarias, y legitimar la oposición interna a la estrategia de Sánchez de auparse en el poder de la mano de una fuerza rupturista. Su veterano instinto y su experiencia le dicen que detrás de ese ficticio regeneracionismo no hay más que un asalto al Estado.
No es, pues, el suyo un sí al PP sino un no a Podemos. Una negativa terminante, imprecatoria, jeremíaca. Una exhortación que quizá sepa baldía porque nadie mejor que él conoce en el fondo la tentación subyugante y cesarista del poder como objetivo supremo. Pero su propia autoestima parece obligarle a dejar patente que al menos por su parte no quedó sin aviso la deriva del desastre.