JON JUARISTI – ABC – 21/02/16
· Los españoles se defienden de los críticos molestos tachándolos de mentirosos, no de injustos.
Mi hijo me muestra unos tuits que me despellejan a causa de mi columna de hace un par de semanas sobre la División Azul. No creo que sean de divisionarios, le digo. Los que todavía vivan andarán más cerca de los cien que de los noventa, y no los veo yo tuiteando. Supongo que se trata de neofascistas, tan divididos en capillitas sectarias como los maoístas de mi época. Vale, responde, pero todos están de acuerdo en decir que mientes como un bellaco acerca de la División Azul.
Es casi lo mismo que decían de mí los abertzales, o sea, que no paraba de mentir sobre el nacionalismo vasco, pero jamás demostraron que mintiera en algo concreto. Tampoco parece que se pueda mencionar un solo embuste en lo que vengo sosteniendo sobre la División Azul. A saber, que juró lealtad a Hitler, que se metió en el carajal más inmundo de la historia y que lo hizo dentro de un Ejército que asesinó a catorce millones de civiles en los territorios occidentales de la Unión Soviética. No todos los asesinados eran judíos, pero hubo más judíos entre ellos que en los campos de la muerte polacos. ¿Tomaron los divisionarios españoles parte en esas matanzas? No lo sé, pero ni el más benigno de los supuestos eximiría a la División en su conjunto de haber contribuido al genocidio, no por omisión, sino por apoyo armado al proyecto nazi en la región invadida, que no era otro que el exterminio de la población judía.
En Ucrania, Bielorrusia y el Báltico no había petróleo, pero sí muchísimos judíos. A los divisionarios españoles se les dijo que iban a combatir al comunismo, es decir, el judeobolchevismo. Exactamente lo mismo que se dijo a los franceses de Doriot y a los belgas de Degrelle. Es curioso cómo a la derecha española (no sólo a la extrema derecha) se le resiste algo que entiende perfectamente la derecha en el resto de Europa.
Por ejemplo, y hablo de un escritor que admiro, a José Jiménez Lozano, que en su último dietario ( Impresiones provinciales, Confluencias, 2016), después de preguntarse si los divisionarios se enteraron de lo que pasaba con los judíos, comenta un pasaje de los Cuadernosde Rusia, de Dionisio Ridruejo, donde este expresa la pena que siente por los judíos que ve portando «el odioso brazalete amarillo con la estrella de Sión», a pesar, añade, de «la repulsión que indudablemente produce en nosotros –por no sé qué atávico rencor– la raza elegida». Y a Jiménez Lozano le deja perplejo esta anotación porque no se explica cómo veinte años después de la revolución soviética, los judíos siguieran llevando la estrella ni que Ridruejo hablara de «raza elegida», y no de «pueblo elegido».
Pero a Ridruejo no le apenaba el brazalete con la estrella, sino lo que este implicaba para sus portadores y que se guardó mucho de contar, como tantos testigos del Holocausto de la bala. Lo de la pena y el referirse a los judíos como «pobres gentes desamparadas» son indicios que delatan su mala conciencia, su saber y no hablar.
Por otra parte, el brazalete no era una supervivencia del zarismo, sino una medida impuesta por la Wehrmacht a los judíos de los territorios ocupados, como a estas alturas sabe todo el mundo. Y finalmente, aunque Jiménez Lozano declara no conocer a españoles que hablen de raza elegida, a no ser que sean gentes metidas en política, en los infelices treinta incluso el discurso confesional católico se contaminó de un antisemitismo nada cristiano, gracias, sobre todo, a la judeofobia de síntesis difundida en España por los Protocolos de los Sabios de Sión (cinco ediciones por editoriales católicas durante los años de la II República). Pues eso, a ver si nos enteramos.
JON JUARISTI – ABC – 21/02/16