IGNACIO CAMACHO-ABC
- Sánchez y su partido han traspasado una de esas líneas de las que no es posible regresar con la conciencia limpia
La frase es de Otegi: «chapotear en el lodazal». La dijo el martes, en la comparecencia en que nos vino a perdonar la vida dando una muestra de sensibilidad exquisita con las víctimas. Aparquemos lo del lodazal, que en su caso es de barro y sangre, y centrémonos en el verbo, tan apropiado que quien le escribiera la deposición –ah, las polisemias del lenguaje– no debió de darse cuenta de la precisión del significante. Porque estaba escrito con la ch castellana, de pronunciación idéntica o similar a la tx vasca. Prueben con esta última combinación: txapotear. ¿A que suena mejor en el contexto de la infamia? Ésa es la grafía exacta. La que expresa con claridad diáfana lo que ha hecho Bildu con sus listas al llenarlas de `txapotes´ aspiracionales en reconocimiento a su trayectoria asesina. Un manojo de gente bien escogida por su condición representativa de la aristocracia terrorista. Lo más granado de sus filas, los héroes de su causa, lo mejorcito de la familia.
Sucede que ese `txapoteo´ ha reventado la campaña de Sánchez y ha acabado por dar la razón al más antipático de los eslóganes de sus adversarios. El presidente sólo tenía un modo de reaccionar a lo que él mismo calificó de «indecencia», y era sacar de inmediato a Bildu de su bloque de aliados. Y es justo lo que no piensa hacer porque necesita esos escaños para albergar alguna opción de revalidar el mandato. Ayer mismo le volvió a tender la mano en el Congreso –«espero contar con su apoyo»– por si a alguien le quedaban dudas de que los legatarios etarras forman parte de su proyecto. El Gobierno da por supuesto que el escándalo de las candidaturas batasunas está desactivado, resuelto, y que la falsa renuncia táctica de los condenados es suficiente pretexto para que vuelvan al redil socialista los votantes descontentos. Veremos. El daño reputacional está hecho y lo agravó el propio Ejecutivo con dos días de ominoso silencio que retrataron su desconcierto.
En todo caso dice mucho de la textura moral del sanchismo que sólo le preocupen del asunto las probables consecuencias electorales. Que no le dé importancia a la evidencia literalmente sangrante de que sus socios se enorgullecen de un pasado criminal y le rinden homenaje presentando a un grupo de sicarios para ocupar cargos institucionales. Al abrazarse a ellos e integrarlos en su hermandad ‘progresista’, el presidente ha cruzado una línea de la que no es posible regresar con la conciencia limpia, y ha arrastrado al PSOE, de manera acaso definitiva, fuera del territorio constitucionalista. Ésa es una decisión ética que interpela a los partidarios –si es que quedan– de una izquierda idealista, honorable, digna, y los sitúa en la disyuntiva de compartir o no el voto de Txapote, Otegi y demás siniestra compañía. Dentro de diez días sabremos cuántos dispuestos a aceptar que todo vale en política.