Un año no es nada

Como el nacionalismo ya ha renunciado al pacto transversal que tenía la sociedad vasca, el Estatuto, y no es posible ninguno nuevo –dicen–, pongamos un parche que esconda el no podernos constituir políticamente, y condenémonos a tener siempre gobiernos transversales. Pero este Gobierno es la demostración de que Euskadi es posible políticamente.

Para quienes apostaron hace años por un cambio de cultura política en Euskadi un año de nueva mayoría parlamentaria y nuevo Gobierno liderado por el lehendakari López no es nada, no es un tiempo suficiente para nada. El cambio de cultura política venía de la resistencia de muchos ciudadanos vascos ante las pretensiones del nacionalismo de arrogarse el derecho a definir políticamente la sociedad vasca en exclusiva, de la perseverancia mostrada por las asociaciones de víctimas de reclamar la verdad política de los asesinados por ETA. Ese cambio necesita bastantes años para ir permeando la sociedad vasca. Pero el cambio de mayoría parlamentaria y de gobierno ha sido un paso importante.

Desde esta perspectiva, tanto la celebración del año de nuevo Gobierno como las reacciones de los partidos nacionalistas y de algunos comentaristas son muy significativas para saber hacia dónde hay que dirigir el trabajo de seguir impulsando el cambio de cultura política.

Es llamativo que el Gobierno subraye la gestión sobre los aspectos estrictamente ideológicos, que el PP haga lo mismo reclamando que es la hora de centrarse en la gestión, y que no pocos comentaristas coincidan en valorar positivamente que el gobierno recalque la gestión. Y todo ello justo en el momento en que todos ellos debaten el fondo ideológico que se halla en la propuesta de Plan de Convivencia democrática para la escuela que tiene voluntad de sustituir, completar, corregir el Plan de Paz de Ibarretxe.

Lo cierto es que el hecho de que el Gobierno de López subraye la gestión posee un valor ideológico, porque significa liberar la política vasca de las cargas de autodefinición identitaria que adquirió en tiempos de Ibarretxe. Y el hecho de que la oposición y numerosos comentaristas valoren la política como gestión significa, por el contrario, que no se quiere hacer frente a lo que realmente significa el cambio de gobierno.

Se ha escrito que este Gobierno no posee una narrativa, que está limitado por su acuerdo con el PP. Se ha escrito incluso que el mal de este Gobierno se halla en su pacto antinatura con el PP, que por eso no puede, como pretende, gobernar para todos. La señora Ezenarro de Aralar dice que el Gobierno de López sufre su pacto cerrado con el PP. Se ha escrito que y se ha opinado que, por no tener, este Gobierno no tiene ni un plan alternativo al Plan Ibarretxe, un plan para refundar políticamente la sociedad vasca, Euskadi. A Egibar no le da ni para una crítica seria y cree que le basta con la gracia de que lo bueno es que sólo faltan tres años, mientras que su compañero Urkullu afirma que lo único bueno de este año es la oposición.

Algunas afirmaciones ponen de manifiesto el problema de la democracia en Euskadi. La democracia será deficitaria entre nosotros mientras haya líderes de opinión y partidos que consideren antinatura pactar con el PP. La democracia seguirá teniendo un problema en Euskadi mientras haya partidos como Aralar que dan a entender que el PP no es un partido democrático.

¿Cómo se gobierna para todos en una sociedad compleja, de identidades plurales y complejas, cada una en sí misma, cómo se gobierna para todos en una sociedad en la que los sentimientos de pertenencia son, también, extremadamente complejos y plurales? Subrayando el valor de las reglas de convivencia, subrayando la necesidad de limitar las pretensiones de cada identidad, de cada sentimiento de pertenencia, creando un espacio público de convivencia regulado por normas y procedimientos que permiten que cada cual pueda vivir su identidad y su sentimiento de pertenencia siempre que no quiera acaparar el todo del espacio público para sí.

Esa es la narrativa en la que se fundamenta el Gobierno vasco. Una narrativa democrática, no religiosa, no confesional, no grandilocuente. Una narrativa que se centra en normas de convivencia y no en exaltación de sentimientos que llevan a la minusvaloración o negación de los sentimientos de los demás. Una narrativa nada heroica, una narrativa que huye de las refundaciones, de los grandes planes que solucionan de un cuajo los Conflictos, así, con mayúscula. Una narrativa laica, aconfesional y no religiosa por sustitución, que es el peor confesionalismo de todos.

Se gobierna para todos como se gobierna en democracia, optando, no dejando de tomar decisiones, aunque algunas no sean del gusto de todos. Pero no se opta por una identidad, por un sentimiento de pertenencia, por una confesión, sino por las reglas que permiten que todas se puedan expresar siempre que acepten el derecho de las demás a expresarse y a ser practicadas en su derecho limitado. Optando por una política lingüística concreta, por una educación para la convivencia democrática concreta, distinta a la que le gustaría a uno, al otro o al de más allá.

Un pacto antinatura debe significar algo así como lo prohibido por antonomasia, el tabú que nunca se debe romper, la razón de ser declarado anatema, heterodoxo digno de ser condenado a la hoguera, merecedor de la expulsión de la sociedad por quebrar el orden natural de las cosas. Se tenía que haber optado, se dice, por un gobierno transversal entre PNV y PSE, y si no se hizo fue porque el PSE estaba obsesionado con poner el lehendakari. Además de no entender lo que significa de cambio, de apuesta aconfesional en la política vasca el contenido del acuerdo que permite este nuevo gobierno, hay en estas crítica algo preocupante: la renuncia manifiesta a que la sociedad vasca se constituya como sujeto político.

Porque estas críticas dicen que o bien Euskadi se constituye como quieren los nacionalistas, renegando del pluralismo y la complejidad de la sociedad vasca, o bien hay que recurrir a gobiernos transversales, renunciando a la transversalidad en lo que constituye como política a la sociedad vasca, en su documento de base. Como el nacionalismo ya ha renunciado al que tenía la sociedad vasca, el Estatuto, y no es posible ninguno nuevo, pongamos un parche que esconda la vergüenza de no podernos constituir políticamente, y condenémonos a tener siempre gobiernos transversales.

Curiosamente este Gobierno es la demostración de que Euskadi es posible políticamente, mientras que los nacionalistas y las críticas de su entorno afirman que Euskadi no es posible políticamente. Es un buen balance de este primer año.

Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 11/5/2010