Un Congreso ‘colgado’ a renovar en 2017

EL CONFIDENCIAL  21/12/15
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS

· El centro-derecha, la izquierda y los nacionalistas carecen de permeabilidad entre sí para formar una agrupación de diputados que permita la investidura del presidente y un programa de legislatura

Los británicos denominan ‘parlamento colgado’ al que carece de posibilidad de establecer mayorías para gobernar. El Congreso de los Diputados se encuentra en esa situación tras la pírrica victoria del PP. Tres bloques bien diferenciados entre sí resultan del todo incompatibles y los tres son, por sí mismos, insuficientes. El centro-derecha (PP y Ciudadanos), la izquierda (PSOE y Podemos) y los nacionalistas (ERC, DyL y PNV) carecen de porosidad o permeabilidad entre sí para formar una agrupación suficiente de diputados que, en primer lugar, permita la investidura del presidente del Gobierno, y, en segundo, acuerde un programa de legislatura. El panorama es de absoluta ingobernabilidad y remite la situación a dos únicas alternativas: 1) un Gobierno al que se le permita gestionar los Presupuestos ya aprobados de 2016 con el compromiso de acudir a las urnas de nuevo en 2017 y 2) apurar los plazos legales sin llegar a un acuerdo de investidura y, por automatismo normativo, ir a nuevos comicios en primavera. Cualquier otra opción que permitiese sostener la legislatura no se ve por parte alguna.

Estas elecciones, desde el punto de vista político, han servido para licenciar a Mariano Rajoy y enviar al PP un mensaje inequívoco de renovación y otro bastante similar a Pedro Sánchez y al PSOE. Aunque el bipartidismo ha superado la barrera del 50% de los votos emitidos, se ha impuesto un esquema partidario inédito y, de momento, inmanejable.

Desde esta perspectiva, los comicios disponen de la gran utilidad de visualizar la curva descendente del PP y del PSOE, e invocan a su capacidad de recuperación en un plazo más bien breve. Permitirán también observar cómo se mueven los partidos nuevos -Podemos y Ciudadanos- en un escenario tan complicado como el que dejaron el domingo las urnas, y de qué manera ambos se convierten en organizaciones menos provisionales y más sólidas de lo que hasta el domingo eran. En alguna medida, el 20-D ha sido un ensayo general para otras elecciones que serán las que decanten de verdad el nuevo paradigma político en nuestro país.

La responsabilidad de la ingobernabilidad en que las elecciones han dejado a nuestro país -con las graves consecuencias económicas que pueden derivarse- corresponde principalmente al PP de Mariano Rajoy, que pese a los avisos que le han llegado de entornos nada hostiles ha mantenido comportamientos que en vez de perseverantes han sido tozudos, y en vez de coherentes, temerarios. El presidente se ha rodeado de un Gobierno de fieles -algunos muy mediocres-, ha despreciado las alarmas que siempre suponen las críticas en los medios de comunicación solventes (sustituidas por el aplauso inconsistente de los incondicionales) y se ha empeñado en quintaesenciar los problemas de España en la economía, desconociendo la crisis social, la crisis institucional y la política. Resultaba razonable que el PP y Rajoy pagasen en las urnas un lógico desgaste, pero no lo era el desplome del domingo, que es el corolario lógico de una gestión que ha vaciado de ideología proactiva al PP y ha confundido gobernar con administrar. Un error en que Rajoy -que difícilmente volverá a ser presidente- ha militado con una tenacidad tan extraordinaria como estúpida. Ahí tiene las consecuencias.