Un fantasma recorre España, es el fantasma de la Revolución Sanchista. Conozco ese fantasma, lo he sufrido. Vengo de ese Infierno, qué otra cosa me puede pasar, me digo. Pero al mismo tiempo, siento un gran estupor y una gran tristeza. Y un poco de temor. ¿Cómo es posible que el tumor fidelista (un tumor populista sobre todo, no nacionalista: los Castro han odiado Cuba y a los cubanos desde siempre, su obra política y social lo demuestra. Sin el odio como motor no se puede arrasar un país próspero y convertirlo en una sucursal de Somalia), me persiga de manera tan persistente?
Porque eso es lo que significa la siniestra farsa de los cinco días de “meditación” de Pedro Sánchez. Lo que ha hecho Sánchez, en definitiva, es gritar ¡Viva Fidel! Y ese grito representa la negación del ciudadano y del ser individual. La apoteosis de la llamada al pensamiento grupal. Ese grito constituye una amenaza que sería suicida ignorar, significa un llamamiento a la Revolución. No una Revolución como la de los Castro, a sangre y fuego, nuestros tiempos son otros. En nuestros tiempos, así España, se llega al Poder mediante unas elecciones democráticas, y entonces se procede a demoler el Estado desde dentro. Se comienza por poner al Partido y al Líder por encima de la Justicia y la libertad de prensa, y se termina imponiendo la dictadura de partidista a todo el país.
Sé de lo que hablo porque ya me “liberaron” una vez los revolucionarios, y me costó veintiocho años de esclavitud (un siervo del Estado es un esclavo, dejémonos de subterfugios) escapar de ellos. Me llamarán hiperbólico y otras cosas menos amables, pero tengo la obligación de decir que eso que asoma la cabeza por el horizonte político español es una Revolución populista. Y una Revolución es un movimiento cuyo propósito es tomar el Poder y una vez en él, mediante el control social, la corrupción, la compra de votos, la colonización de las instituciones y la ideologización de todos los mecanismos del Estado, se niega a abandonarlo.
Las Revoluciones se han mitificado durante mucho tiempo, pero en realidad han sido y son una erupción siniestra que termina en matanzas, miseria, esclavitud y represión
No hay Revolución sin decadencia estética y expresiva. Ya señaló Orwell “la relación entre la política degradada y la degradación de la lengua”. De hecho, la decadencia estética es siempre una de las señales inequívocas de la gestación de una Revolución del signo que sea. Las Revoluciones son, por naturaleza, no sólo antidemocráticas, también vulgares. Y vienen ineluctablemente aderezadas con la devaluación moral y social del individuo (y su baluarte fundamental, la propiedad privada) en nombre de unos derechos colectivos que representa el Líder Supremo y sus huestes de masificados seguidores. Las Revoluciones se han mitificado durante mucho tiempo, pero en realidad han sido y son una erupción siniestra que termina en matanzas, miseria, esclavitud y represión. Las Revoluciones han sido y son, perdonen el lenguaje directo, montañas de mierda ensangrentada.
Antes hablé de tristeza, porque la farsa de Sánchez y las manifestaciones de sus fieles, me hicieron recordar el ambiente que viví durante la represión contra los cubanos que se refugiaron en la embajada Peruana en 1980, y días más tarde, contra los que aspiraban (aspirábamos) a abandonar la isla por el puente marítimo Mariel–Cayo Hueso. Se movilizó a las turbas revolucionarias (progresistas) contra los traidores al progreso y a la voluntad del Pueblo, encarnada en la voluntad del Líder Iluminado y Máximo, víctima de los fascistas reaccionarios (o lacayos del Imperialismo Yanki, en aquellos días). Lo primero que hay que hacer para asaltar el Poder en una sociedad democrática, es acabar con la separación real de poderes (convertirla en un instrumento al servicio del Partido y del Líder, y encadenar la prensa libre (la que no se pueda comprar).
Con su demagógica carta y el llamado a la movilización antifascista, el Líder Sánchez estableció, a la siniestra manera populista y roja, el muro a levantar entre ciudadanos y Pueblo
Es, en el fondo, cuestión de grados y de tiempo, es el mismo ambiente abyecto que describe con maestría y claro afán de verdad Violencia roja antes de la Guerra Civil, el libro de Sergio Campos Cacho y José Antonio Martín Otín, un estudio fundamental acerca de la saña criminal con que los republicanos, imbuidos de fervor y superioridad moral colectiva, se convirtieron en una banda de asesinos, en nombre del bien común y de la superioridad del Pueblo sobre los individuos.
Con su demagógica carta y el llamado a la movilización antifascista, el Líder Sánchez estableció, a la siniestra manera populista y roja, el muro a levantar entre ciudadanos y Pueblo, entre progresistas y reaccionarios fascistas (en el caso cubano se levantó entre revolucionarios y contrarrevolucionarios). Categorías que no quieren decir nada. Porque lo único que nos sitúa a un lado u otro del santo muro progresista y anticapitalista es la adhesión ciega al Líder.
Presten atención un momento, y escucharán el verdadero contenido de la nueva política y “punto y aparte” de Pedro Sánchez. Se resume en una parodia del conocido lema fidelista: “Dentro de la manada sanchista todo, fuera de la manada sanchista, nada”.