Todo gran país necesita de grandes empresas. Es un axioma que en el mundo occidental, teórico adorador de la economía de mercado, no precisa demostración. Grandes empresas nacidas al calor de grandes empresarios. Emprendedores que por encima de todo se sienten “propietarios” a la manera en que se sentía Soames Forsyte (La saga de los Forsyte, de Galsworthy), dispuestos no ya a conservar lo alcanzado sino a traspasarlo a sus herederos multiplicado. Grandes empresas como cuadernas sobre las que descansa la estructura económica de un país. Empresas y grupos industriales con influencia nacional e internacional. Esas sociedades suelen ser ejemplo de buen gobierno corporativo, son normalmente las mejor gestionadas y las que más puestos de trabajo crean (empleo de calidad), además de implicarse a fondo en tareas de investigación y desarrollo y de estar capacitadas para soportar mejor los ciclos recesivos. Grandes empresas como adelantadas de la riqueza nacional y como baluartes de su soberanía.
Particularmente importantes son aquellas consideradas estratégicas para el normal funcionamiento de un país, las energéticas, por supuesto, las industrias relacionadas con la defensa, incluso los grupos de comunicación. No es el caso, por ejemplo, de una sociedad dedicada a la producción de coches, que crea muchos puestos de trabajo, cierto, pero puede tener sus plantas de montaje aquí o en Pernambuco. Viene esto a cuento de la noticia aparecida esta semana referida a la intención del fondo australiano IFM Investors de hacerse con el 22,69% del capital de Naturgy, antigua Gas Natural Fenosa, mediante una OPA parcial por importe de 5.060 millones, lo que equivale a pagar 23 euros por acción, como aquí explicabaAlberto Sanz el pasado día 26. Un anuncio que tiene muchas lecturas y casi ninguna buena.
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que España llegó a presumir de grandes multinacionales capaces de invertir no solo en países en desarrollo, sino en mercados tan maduros como el europeo o el norteamericano. Eso ha pasado a mejor vida. Llevamos ya un puñado de años instalados en la senda de una paulatina pérdida de influencia como país, años de caída de nuestra capacidad industrial, desde luego, años de endeudamiento progresivo. Somos víctimas del “efecto Buddenbrook” sin haber pisado nunca el cénit de los Buddenbrook. Estamos descapitalizando el país, lo estamos desmembrando, vendiéndolo a trozos en el sálvese quien pueda de un empobrecimiento general al que nos conduce una clase política cada día más depauperada, más cercana al analfabetismo funcional, unas instituciones desprestigiadas, una Justicia a punto de perder el último aliento de independencia, unos medios de comunicación víctimas de unas cuentas de resultados miserables y unas elites empresariales y financieras rendidas en su mayoría al Rinconete y Cortadillo de quien diariamente maneja el BOE desde Moncloa. Las clases medias, antaño orgullo patrio, se han refugiado en sus casas dispuestas a protegerse del virus y a ahorrar, sin atreverse a asomar la cabeza. Y los cuatro que siguen haciendo negocios a pecho descubierto y sin paraguas oficial, algún grande tipo Amancio o Roig, siguen refugiados en provincias más convencidos que nunca del acierto de mantenerse alejados de las rojas alfombras madrileñas por las que desfila la corrupción a gran escala.
Sobre los restos del naufragio madrileño reinan tipos como Florentino Pérez, eximio representante de esa corrupción moral que no le hace ascos a trincar y hacer negocios a la sombra de la derecha y de la izquierda, de quien este diario daba el sábado cuenta a propósito de una comida que le sentó en un restaurante de Padre Damián junto a la fiscal general del Estado, Dolores Delgado (“la que bebe de mi copa”), su novio el exjuez Baltasar Garzón (alias “querido Emilio”), expulsado de la carrera judicial por prevaricador, y la estrella de la televisión Ferreras, prototipo de esa nueva elite de millonarios de izquierda sobre la que escribe gente como Peter Turchin o Jack A. Goldstone, ocupados en predicar las bondades del colectivismo comunista desde sus mansiones en las mejores zonas de la capital. Perfecto resumen de la España contemporánea. El desempeño del Ibex en los últimos años es un buen ejemplo de esa pérdida de potencia, de esa caída en la irrelevancia que acompaña a este país. Y el grupo Criteria, o por decirlo claramente el antiguo conglomerado empresarial acogido al patronazgo de La Caixa, representa mejor que nadie esa descapitalización, ese empobrecimiento de dimensión nacional.
José Vilarasau levantó el mayor grupo industrial español en torno a Caixa Holding primero, y Criteria después. Un grupo que tenía participaciones importantes en casi todos los sectores de actividad: banca, energía, seguros, telecomunicaciones, autopistas, centros logísticos… Vilarasau en el origen e Isidro Fainé en su apogeo y en su imparable decadencia actual. Cuando Juan María Nin abandonó la casa, todavía estaba en plena forma. De su gestión se hizo cargo después un grupo de aventureros que parece más interesado en labrarse una buena fortuna personal que en el futuro de sus empresas. Gente que no se juega su dinero, porque no lo tiene. Que tampoco cuenta con vocación empresarial porque en su mayoría son financieros puros, simples gestores pendientes del corto y medio plazo, cuya estrella polar es el bonus anual. Y se lo están puliendo todo. Se vendió una empresa como Abertis a los italianos por cuatro monedas (se repitió el escándalo de la venta de Endesa a Enel, ente público transalpino, en una operación que, por el camino, hizo millonarios a los Entrecanales). El primer ejecutivo de Abertis, Francisco Reynés, se fue después a Gas Natural no sin antes embolsarse una suculenta indemnización. Tras rebautizar la compañía con el absurdo nombre de Naturgy, abrió la puerta a dos grandes fondos (CVC y GIP, cada uno con el 20% del capital), y ahora prepara la llegada con banda de música de un tercero, el citado IFM, con lo cual el trío de ases tendrá pasado mañana mayoría en el Consejo y podrá hacer –mayormente deshacer- a su antojo, vendiendo el resto de las joyas de la abuela para hacer caja (la filial chilena CGE en noviembre pasado), o, en el peor de los casos, lo que algunos se malician: trocear la empresa y vender sus partes al mejor postor.
Un país sin grandes empresarios
No ha habido grandes empresarios en España. Nunca grandes fortunas industriales. Y ahora menos que nunca. Los March (la gran fortuna española del siglo XX, con los Botín a distancia, sacaron su dinero cuando el franquismo agonizaba y ahora vuelven a invertir aquí utilizando como vehículo esos fondos (Rioja Adquisition, participado en un 74,27% por el luxemburgués CVC y en un 25,73% por la familia mallorquina). Esos ejecutivos que se han hecho fuertes en el puente de mando de las empresas lo fían todo al cobro de un bonus indexado al precio del valor en bolsa. ¿Cómo hacer subir la acción? Para esos grandes fondos, responsables de las pensiones de millones de jubilados en todo el mundo, la cuestión es sencilla: se trata de darle gusto al gatillo. ¿Dónde encontrar unos propios que, adecuadamente untados y con un precio por acción atractivo, estén dispuestos a ponerte alfombra roja para que entres hasta la cocina? La ecuación está servida. “Los accionistas de Naturgy están de enhorabuena”, escribía el miércoles Agustín Marco. “Pero lo están aún más Francisco Reynés y su guardia de corps, que gracias a la revalorización de la cotización por el desembarco del fondo australiano van a poder cobrar un bonus de hasta 200 millones de euros”.
Queda por ver qué hará el Gobierno de coalición, cómo lidia este toro el líder de Podemos, qué posición adoptará el ‘moñas’ con una empresa que representa el 50% del suministro de gas español, a punto de caer en las manos mayoritarias de unos fondos cuya estructura societaria se pierde en las tinieblas de mil paraísos fiscales
Dispuestos a venderlo todo y a desplumar el país. También a embolsarse auténticas fortunas, aunque, eso también, con la elegancia propia de quien arquea la ceja en un movimiento a medio camino entre el desdén y el reproche ajeno. Las sospechas de concertación no pueden ser ignoradas, y algo tendrá que decir al respecto la CNMV e incluso la CNMC. Media hora después de que IFM anunciara la nueva, los fondos inquilinos en Naturgy aseguraban haberse “obligado con el oferente a no aceptar la oferta”. Eso es rapidez. Porque no se trata de salir, sino de esperar la entrada de un nuevo inquilino. También Fainé ha protestado inocencia en lo ocurrido, aunque resulte difícil imaginar que algo semejante pueda ocurrir en el universo Caixa sin el visto bueno del señor cardenal. De momento, el guardián entre el centeno mantiene silencio. Entre otras cosas porque aún está por culminar la gran operación de absorción de Bankia por Caixabank, y la prudencia aconseja ir con pies de plomo. Lo más probable, sospechan quienes conocen la casa, es que Criteria venda a IFM un 10% del 24,4% que controla en Naturgy, y que la fundación que preside Fainé se cobre un buen dividendo con el que socorrer después a sus desvalidos de la obra social, argumento convertido en burladero tras el que esconder este proceso acelerado de ventas al por mayor.
De aquella Criteria convertida en un gran holding industrial va quedando poco. Participaciones menores. Tanto sacarle jugo al pernil, los Reynés de este mundo se están topando ya con el puro hueso. A estas alturas, nadie se acuerda de Aguas de Barcelona. Ni de Abertis (donde se coló Florentino, nuestro hombre en La Habana). Ni de Fenosa. Ni de tantas otras cosas. Hace tiempo que España decidió enajenar su industria para centrarse en los servicios, que no hay lugar en el mundo donde se tire la caña con más gracia que en Madrid y alrededores. Luego, cuando llega doña covid y te cierra el chiringuito playero, los lamentos se oyen en Perpignan. España está en venta. Liquidación por fin del negocio. Como en el mercadillo de los jueves en la plaza del pueblo, todo muy barato. Después de haber puesto la televisión generalista en manos de dos grupos italianos responsables del miserable horizonte cultural del español medio, ahora se acaba de autorizar la entrada de Vivendi en el capital del primer grupo editorial, quien además se apresta a vender Santillana, empresa clave en la concepción del idioma español como arma cultural de primer nivel. Nada que objetar desde el punto de vista liberal contra IFM y el resto de fondos. Ocurre que los países serios acostumbran a defender sus intereses estratégicos a capa y espada. En Francia, los canadienses que pretendían hacerse con la bollería de Carrefour salieron por pies cuando el ministro del ramo enarcó apenas la ceja y dijo quiá. Queda por ver qué hará el Gobierno de coalición, cómo lidia este toro el líder de Podemos, qué posición adoptará el ‘moñas’ con una empresa que representa el 50% del suministro de gas español, a punto de caer en las manos mayoritarias de unos fondos cuya estructura societaria se pierde en las tinieblas de mil paraísos fiscales. Ahí la tienes, Pablito, báilala.