Una amenaza a la democracia española

Cayetana Álvarez de Toledo, Nuria Amat y Mario Vargas Llosa – NEW YORK TIMES – 08/11/14

Cayetana Álvarez de Toledo
Cayetana Álvarez de Toledo

· El New York Times publica un artículo firmado por  Cayetana Alvarez de Toledo, Mario Vargas Llosa y la escritora Núria Amat: (artículo original en inglés) · ‘Una amenaza para la democracia española’.

 

(Traducción: Verónica Puertollano)

El domingo, desafiando una orden del Tribunal Constitucional español, el separatismo catalán organizará un ridículo referéndum. No está claro quién lo organiza, ya que no hay censo electoral oficial ni auditores, solo una camarilla medio oficial de voluntarios.

Todo esto se hace en nombre de la «democracia» y del derecho a decidir, pero sin respeto al Estado de derecho o a la verdadera voluntad del pueblo, y sin reconocer la gravedad de las consecuencias que la secesión de Cataluña podría ocasionar.

Este supuesto referéndum -ahora rebautizado como «consulta no vinculante»- y la cínica postura de víctima que lo ha acompañado representa un nuevo intento del gobierno catalán y de sus aliados para suscitar el apoyo a la causa separatista, llena de eslóganes como «España no nos quiere», «España nos roba» y, ahora, «España no nos deja votar».
En su intento de socavar el trabajo del gobierno constitucional, los separatistas han exhibido una notable indiferencia hacia la verdad histórica. Cataluña nunca fue un estado independiente. Nunca fue sujeto de conquista. Y no es la víctima de un régimen autoritario. Como parte de la Corona de Aragón y después por derecho propio, Cataluña ha contribuido decisivamente a hacer de España lo que ha sido durante tres siglos: un impresionante intento de conciliar la unidad y la diversidad, un pionero esfuerzo por integrar diferentes culturas, lenguas y tradiciones en una comunidad política que fuese viable.

Comparada con las crisis producidas por la caída de las dictaduras en muchos estados europeos, la transición de España a la democracia, tras la muerte de Francisco Franco en 1975, fue ejemplar, dando lugar a una constitución democrática que garantizaba amplios poderes a las regiones autónomas. Sin embargo los separatistas catalanes han soslayado los aspectos positivos de la transición.

Es cierto que Cataluña fue un campo de batalla particularmente violento durante la Guerra Civil española (1936-39), con atrocidades cometidas en los dos bandos, y que la región afrontó algunas de las más duras represalias bajo el régimen de Franco. Para muchos, las heridas aún no se han curado, y echan leña al fuego del movimiento separatista.
Sin embargo, la llegada de la democracia trajo el reconocimiento oficial de las distintas culturas de España y sentó las bases de la autonomía de la que hoy gozan los catalanes. Cataluña tiene su propia lengua oficial, su propio gobierno, su propias fuerzas policiales. Los catalanes suscribieron la Constitución de manera abrumadora: el 90 por ciento de ellos votó «sí» en el referéndum del 6 de diciembre de 1978. Los millones de turistas que acuden en masa a Barcelona cada año, atraídos por la seductora mezcla del gótico y Gaudí, atestiguan el vigor de la cultura catalana. La afirmación de que se sigue reprimiendo la personalidad de Cataluña y oprimiendo sus libertades es sencillamente falsa.

Curiosamente, el partido gobernante en Cataluña, que ha estado en el poder durante 30 años, ha agravado su discurso secesionista en el preciso momento en que su sede está embargada por delitos de financiación ilegal. Su líder histórico, Jordi Pujol, presidente de Cataluña desde 1980 hasta 2003, está siendo investigado, junto a otros miembros de su familia, por evasión fiscal, tráfico de influencias y blanqueo de decenas de millones de euros.

Los separatistas catalanes ofrecen una visión falaz del futuro. Pintan un retrato idílico de una Cataluña emancipada y ocultan las dolorosas consecuencias de la secesión. A pesar de la oposición de Madrid y las palabras de advertencia de Bruselas, los medios catalanes se han mostrado extraordinariamente pro separatistas. Exiliados de la Unión Europea, económicamente empobrecidos y socialmente divididos, los 7,6 millones de catalanes serían sometidos a una forma extrema de nacionalismo que los europeos recordamos muy bien. Se perdieron millones de vidas en el frenesí nacionalista que desgarró a Europa durante el siglo XX.

¿Vamos a quedarnos sentados viendo cómo la Unión Europea recae, presa de los prejuicios étnicos, y se convierte en un frágil cúmulo de naciones chauvinistas, en vez de en una unión poderosa de estados democráticos? ¿Vamos a ceder los derechos individuales del Estado de derecho a los nuevos nacionalismos populistas?

El nacionalismo oblitera al individuo, aviva duelos imaginarios y rechaza la solidaridad. Divide y discrimina. Y desafía a la esencia de la democracia: el respeto por la diversidad. Las identidades complejas son una característica clave de la sociedad moderna. España no es una excepción.
Cataluña no es la comunidad monolítica que los nacionalistas desean que fuera, y que afirman que es. Las encuestas demuestran constantemente que los catalanes se sienten, en diferentes proporciones, catalanes y españoles. ¿Por qué habría que obligarles a elegir? La España moderna, como la Unión europea y como antes los Estados Unidos, defiende la integración, la solidaridad, la libertad individual y la igualdad ante la ley. España no es una suma de tribus, sino una unión de ciudadanos, y así debe continuar.

Contrariamente a lo que afirman, los separatistas de Cataluña no están defendiendo el derecho de los catalanes a decidir su futuro. En su lugar, están dividiendo a la sociedad catalana en dos, y negando a otros españoles su derecho a decidir un futuro que pertenece a la nación en su conjunto. A pesar de lo que cabría ingenuamente suponer, los nacionalistas no se quedarán satisfechos con nuevas concesiones del Estado español, mejores acuerdos fiscales o incluso un reconocimiento más profundo de las singularidades culturales o lingüísticas de Cataluña. Como el personaje que da título a la obra de Molière El misántropo, lo que quieren es ser «distinguidos del resto». No es más autonomía o un sistema federal lo que anhelan, sino la desigualdad, simple y llana: que los catalanes tengan más derechos que los andaluces, los valencianos o los vascos.
La democracia está en juego, y con ella el principio de que todos los ciudadanos españoles, con independencia de su origen, sexo, raza o credo, deben ser iguales ante la ley. Costó mucho alcanzar este ideal en España, y no se debe renunciar a ella en un vano intento de apaciguar a los separatistas.

(Traducción: Verónica Puertollano)