Comparecencia inmediata. Sánchez tendrá que volver a someterse al control del Congreso. Se podría haber ahorrado este trago que tan poco le gusta si, con Marruecos como con tantas otras cuestiones delicadas de política de Estado, hubiera adoptado decisiones trascendentales con esa transparencia de la que tanto alardea y tan poco practica. Su pulsión por actuar de forma unilateral y sin tener en cuenta al resto de los representantes políticos le está poniendo contra las cuerdas.
El presidente con menos escaños propios de nuestra reciente democracia se ha lanzado a la recuperación de las relaciones con el insaciable rey alauita con un ‘volantazo’ difícil de explicar. Sin negociar. Sin consultar. Con una renuncia a mantener la posición tradicional de España en el conflicto del Sáhara admitiendo su subordinación a Marruecos.
¿Este era el momento oportuno para cambiar de camello? Con el foco centrado en la devastación de Ucrania, el campo unido clamando en la calle contra el Gobierno y el temor a que el hartazgo de los transportistas acabe dejando un movimiento de ‘chalecos amarillos’ similar al que padeció Macron en Francia, Sánchez ha decidido despejar el polvo del desierto que nos había cegado estos días nuestras calles cediendo ante el rey Mohamed VI, traicionando su propia política de partido y dejando al pueblo saharaui colgado de un compromiso de Naciones Unidas con el ejercicio de su autodeterminación que nunca llega.
Sánchez ha liquidado de un plumazo la neutralidad que han venido manteniendo los sucesivos gobiernos de España sobre el conflicto del Sáhara, desde hace 47 años. Después de haber desatado él mismo una crisis innecesaria con Rabat al haber traído clandestinamente al líder del Frente Polisario, Brahim Gali, con la consecuente reacción del país vecino regalándonos una invasión de inmigrantes en Ceuta, Sánchez se ha pasado al otro lado de la valla.
Su espaldarazo a Rabat sigue el sendero que inició Trump en los últimos meses de su mandato, cuando reconoció la soberanía de Marruecos en el Sáhara Occidental a cambio de que Rabat e Israel restablecieran relaciones diplomáticas. Biden, de momento, no ha enmendado la política de su antecesor así es que, con esta carambola, Sánchez se siente hoy un peldaño más cerca del presidente de Estados Unidos, aunque esa proximidad no sea correspondida. ¿Un paso más cerca de Marruecos y otro más lejano de Argel, nuestro suministrador de gas?
Todos los grupos parlamentarios del Congreso, menos el PSOE, están molestos e inquietos. Está por ver si, con este giro, se cerrará la crisis con Marruecos. ¿Ya no hay que temer por las aspiraciones marroquíes sobre Ceuta y Melilla y sobre las aguas canarias? Nadie, salvo el ministro Bolaños, se atreve a apostar. Coinciden en criticar el fondo y la forma de esta chapuza diplomática y exigen explicaciones mientras los socios de Podemos-IU pasan sus apuros para justificar su permanencia en un Consejo de Ministros en el que se ven desautorizados.
Sánchez se lo ha puesto difícil a la oposición para que le apoye tras su último movimiento efectuado con alevosía y opacidad. Dice el PNV que si Feijóo es listo tendrá que apoyar al Gobierno frente a la próxima reunión del Consejo Europeo. Precisamente por eso, porque al nuevo líder del PP se le presume astucia y rigor, sabe que no puede dar un cheque en blanco a todas las personalidades de Sánchez: al podemita, el centrista, el pacifista, el alumno destacado de la OTAN, el pro saharaui y el pro marroquí. ¿Quién, en realidad, está al mando?