Una fiesta de pijamas

VICTORIA PREGO – EL MUNDO – 14/01/16

· Pasada la primera jornada de fiesta infantil de cumpleaños, tendremos que volver a la realidad política y a sus incertidumbres. Porque lo que se vivió ayer puede que algunos que se las dan de originales e innovadores consideren que fue una demostración de los modos de la «nueva política», pero no fue sino la versión Hemiciclo de una de esas fiestas de pijamas que tanto gustan a los niños.

Hubo diputados que venían a bordo de bicicletas, una charanga a las puertas, una diputada que exhibió a su bebé en el interior de la Cámara –vestido al más puro estilo ultraconservador, con sus dos lacitos de raso, que ya no se los ponen a sus hijos ni las más pijas del barrio de Salamanca– y con su carrito incluido. Lástima que en el Congreso haya una guardería perfectamente equipada para ayudar a los diputados que necesiten acudir con sus niños.

La señora Bescansa no dejó a su hijo en el centro infantil porque lo que quería era dar el golpe de efecto y convertirse ella y su criatura en uno de los centros de atención. Pero el corte reivindicativo tipo «reclamo medidas de conciliación familiar» se le chafó: en el Congreso ya existen esas medidas, así que la intención de la diputada de Podemos quedó al descubierto.

Pero no fue el suyo el único show que nos ofrecieron ayer sus flamantes señorías. También tuvimos un ramillete de promesas variadas a la hora de asumir los escaños. En ese momento el Congreso se convirtió en una sede de juegos florales, que para quien no lo recuerde eran unos espectáculos antiguos y extraordinariamente rancios que se celebraban en las primaveras franquistas.

Más de uno se trajo su aportación por escrito, se ve que para que eso tan original, tan poético o tan reivindicativo que tenían que decir no perdiera impacto. Y tuvimos que soportar de todo. Fue para enrojecer el arrebato lírico de Errejón con ese «porque fueron, somos; porque somos, serán». Todo esto para prometer cumplir la Constitución. Pero lo más penoso fue esa apelación a que no hubiera «nunca más un país sin su gente ni sus pueblos». Se ve que se han creído que lo que ellos llaman «la gente», como si hubieran descubierto la pólvora, es algo distinto del pueblo soberano, de los ciudadanos, de los electores que les han puesto no sólo a ellos sino a todos los demás en el escaño.

Fue una escena patética como la que ofrecían, hace ya muchos años, aquellos hombres que sus madres se empeñaban en vestir eternamente de niños y que iban con pantalones cortos pero enseñando una potente pelambrera. En fin, chicos, a la cama que mañana hay colegio.