HERMANN TERTSCH, ABC – 13/03/15
· Si la afición no puede ensañarse con un jugador rival por cuestiones racistas, no es razonable tolerar insultos al jefe del Estado ni al himno.
Son muchas las anomalías que España arrastra desde el final de la dictadura y como consecuencia directa de la misma. Entre ellas está esa lacerante agresividad contra los símbolos de España, de su historia, su identidad y su unidad. La ignorancia y la mala educación en el sentido más amplio, no son solo una fuente inagotable de parados a los que falla tanto la actitud como los conocimientos. Han generalizado además esa convicción, sembrada por la parte de la izquierda y los separatismos y no combatida por la derecha cobardona, de que España es un especie de invento conceptual de la dictadura, de que los símbolos que representan a la Nación española tienen su origen en el franquismo y de que insultarles un derecho democrático. Incluida la manifestación pública del desprecio a España como máxima exaltación de su tribu y rinconcito patrio.
Como nadie en estos cuarenta años ha tenido el valor de convertir en obligatorio el combatir esos aberrantes errores, hoy tenemos varias generaciones de españoles que consideran que España es un ente represor, caduco y despreciable. Y en algunas regiones tenemos además a esas generaciones educadas en la fábula de que ellos pertenecen a unas naciones milenarias sojuzgadas por Franco y sus fachas hace ochenta años. Se han permitido que esas patrañas se enseñaran como si fueran historia, en colegios, en universidades y en televisiones. Y las mentiras han cuajado en una grotesca hinchazón de identidad artificial que, inventada en el siglo XIX, en el XXI ha adquirido ya niveles delirantes.
La final de la Copa del Rey, la primera de Felipe VI, es una magnífica ocasión para comenzar a corregir estas equivocadas costumbres. Es buena ocasión porque es un acontecimiento de amplia repercusión nacional. Que debe sentar precedente para todos los actos deportivos a partir de esa fecha. Es magnífica ocasión porque los avatares del balompié han llevado a la final a los dos equipos más importantes de dos regiones españolas con movimientos nacionalistas separatistas. Son dos clubs, en cuyas aficiones muchos creen tener el derecho a insultar al Rey y al himno. Durante años se ha tolerado la afrenta en muchos estadios y canchas deportivas. En España siempre se evitan los conflictos transigiendo con el agresor. En permanente ejercicio de apaciguamiento al que desprecia y viola la ley. Eso ha llevado a la permanente impunidad en la sociedad, origen de gravísimos males que hoy sufrimos con toda crudeza.
De ahí la importancia nacional del magnífico ejercicio de pedagogía que podemos comenzar en esta final de Copa. Seguro que los directivos del Barcelona y Athletic entienden que queramos que retorne la buena educación a los estadios. Si no pueden insultarse dos jugadores. ni la afición ensañarse con un jugador por cuestiones racistas, ni con un árbitro por cuestión de gustos, no es razonable tolerar insultos al jefe del Estado ni al himno de la nación. Todos deben llegar al campo informados de que los silbidos e insultos serán motivo de suspensión del partido. Por ello, no solo deben abstenerse ellos de la ofensa, sino evitar que ofendan otros, si no quieren haber hecho un viaje en balde.
Que animen a sus equipos y se diviertan. Pero que sepan que en cualquier momento del partido, los insultos ponen fin a la fiesta. Es como si los niños hubieran olvidado que no se come con las manos ni se canta ni se pelea en la mesa. Se les recuerda, al principio con medidas drásticas. Hasta que quiten los codos y cojan bien los cubiertos. Como buenos ciudadanos. Pura pedagogía.
HERMANN TERTSCH, ABC – 13/03/15