SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

La primera semana de la bronca en Cataluña se clausuraba con el estreno de Turandot en el Liceo, el viaje del ministro del Interior a Barcelona, donde visitó a los policías heridos, y la bronca callejera en el sexto día de la tangana. Todo estuvo muy a tono: los padres daban palmas dentro del Liceo y gritaban «Llibertat presos polítics!», mientras los hijos apedreaban a los guardias en la plaza de Urquinaona. «Nessun dorma» se titula el aria más famosa de la ópera de Puccini.

Gentuza muy parecida, o la misma, abucheó con mucho entusiasmo a los entonces Príncipes de Asturias en mayo de 2013, durante la representación de L’elixir d’amore. El Liceo, recordarán los lectores, y si no ya se lo recuerdo yo, ardió en pompa en 1994. Nos llevó cinco años reconstruirlo y 132 millones que pagamos entre todos los españoles a los que tanto odian. Total, a escote nada es caro.

El ministro giró visita a Barcelona, como queda dicho, y ayer tuvo comparecencia ante los medios en la que insistió en dos de los chocantes argumentos que comparte con su mandante Sánchez: Torra debe condenar la violencia y la respuesta de los Cuerpos de Seguridad ha sido en todo momento proporcional a la violencia de los vándalos. ¿Cómo proporcional? No podía ser más equitativa: de los 576 heridos eran policías exactamente la mitad: 288, según dijo. Él y Sánchez han dicho con reiteración que Torra debe condenar la violencia, aunque tal vez sea inadecuado. A los gobernantes les toca sobre todo cumplir y hacer cumplir la ley. Condenar la violencia supone, sobre todo, reprimirla. Torra es un gobernante cuya foto de familia es un fotograma de Los santos inocentes. Él no engañaba a nadie, ya dijo que sus familiares eran miembros de los CDR y lo han demostrado esta semana: mientras él taponaba la autopista AP-7, aquí su señora, Carola Régula de Torra, asaltaba el aeropuerto de El Prat.

Por otra parte, Sánchez confía en que el problema de Torra (y de Puigdemont) se lo resuelva ERC en las elecciones autonómicas. No sabe el pobre que los secesionistas tienen papeles perfectamente intercambiables. Hace dos años, Puigdemont quería convocar elecciones y fue Oriol Junqueras quien le obligó a proclamar aquella república que duró ocho segundos, aproximadamente lo mismo que duraba un minuto de silencio por un asesinado de ETA en San Mamés.

Ahora que se compara la violencia callejera en Cataluña con la kale borroka, es momento para recordar que el terrorismo de baja intensidad empezó a desaguar en Euskadi el día en que un Gobierno, socialista, por cierto, empezó a pasar a los padres la factura de los autobuses que quemaban sus hijos durante las noches de los fines de semana.

Hoy vuelven las encuestas y puede que el presidente disfuncional del Gobierno empiece a temerse que Iván Redondo sea un poco chisgarabís. Esta pareja estaba muy convencida de que la repetición de elecciones daría al PSOE 140 escaños, 41,3% de intención directa de voto, tres veces más que el PP. Era lo que les cantaban las encuestas de Tezanos y estos pardillos se las tomaban como un retrato de la voluntad de la peña, no como una manera de empujarla. Nunca han sabido que las encuestas son como las bayonetas, según le decía Talleyrand a Napoleón: «Sirven para todo, Señor, menos para sentarse sobre ellas».