Una novedad

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 01/09/15

· La carta del expresidente González a los catalanes no está libre de los tópicos insolventes sobre el nacionalismo.

El principal gira en torno al reconocimiento de Cataluña. Al parecer hay un inefable hecho diferencial que las escrituras democráticas no tienen en cuenta y del que se derivan los problemas. Pero lo cierto es que el único hecho diferencial catalán, que ni la Constitución ni la realidad reconocen, es la escalada de deslealtad a la democracia y a sus instituciones emprendida por el Gobierno de la Generalidad. Y González sabe que no tiene respuesta pactada posible.

Ni el pacto de la transición ni la letra ni el espíritu de la Constitución son responsables, ni por activa ni por pasiva, del secesionismo. La principal responsabilidad corresponde, obviamente, a los desleales. Pero de inmediato hay que señalar a la obstinada política de los grandes partidos españoles. Es decir, y en gran parte, a la política del propio González. De esa política se dice que ha sido contemporizadora con los nacionalistas en un sentido un poco pueril: como si el constitucionalismo hubiese malcriado a los nacionalistas para evitar sus lloriqueos y levantamientos; para evitar, ¡precisamente!, que llegaran al actual punto de fisión. Si esa hubiese sido su intención el fracaso sería enorme; pero aun así se trataría de una explicación parcial. Los grandes partidos españoles han hecho algo peor que el apaciguamiento: han utilizado a los nacionalistas para luchar entre sí y para asegurarse, en sus momentos de fragilidad, la hegemonía política. Y algo más: han importado, frecuentemente, la obscena ética nacionalista en las comunidades autónomas donde han gobernado.

De ahí que sea interesante el párrafo de la carta de González donde desprecia la equidistancia con la que la izquierda se comporta frente a los presidentes Rajoy y Mas, uno con la ley y el otro contra ella. El párrafo supone también una severa advertencia a muchos socialistas, empezando por Pedro Sánchez y acabando por Miquel Iceta. Es verdad que el artículo es deudor del tópico y que sus vacilaciones llegan hasta el mismo borde de sus palabras sobre la equidistancia. Pero se trata, con todo, de una novedad. De una actitud hasta ahora solo reservada a disidentes como Leguina o Redondo. No es seguro que el conflicto nacionalista se hubiese atenuado de darse en el pasado esa voluntad de encuentro. Pero al menos los viejos líderes de los dos partidos podrían observar hoy la deslealtad nacionalista con la cabeza alta.