ABC – 14/09/15 – GUY SORMAN
· «La inevitable afluencia de refugiados será una oportunidad o un drama para Europa, lo que no dependerá tanto de los inmigrantes como de las leyes sociales que se les impongan: si no se les permite trabajar, serán rechazados, quizá con violencia»
Varios millones de refugiados están a nuestras puertas. Independientemente de las políticas que adopten los gobiernos, y dado que estas políticas son desordenadas, esos refugiados entrarán en Europa y se quedarán. Así, desde el momento en que Alemania se compromete a acoger 800.000 refugiados, es evidente que esta cuota se superará: ¿quién cerrará la frontera al primero que sobrepase la cuota? Desde Alemania y otros países de acogida, como Austria, Suecia, Gran Bretaña y Francia, los refugiados se dispersarán por todo el continente; algunos se fundirán con la población, otros constituirán comunidades de cultura y lengua homogéneas. Por lo tanto, la naturaleza y la cultura de Europa van a cambiar inevitablemente en los próximos años, igual que cambiaron con la inmigración africana, procedente, en su mayor parte, de las antiguas colonias europeas de África del Norte, el África negra e India. Esta vez la transformación será masiva: ¿qué saldrá de ella? Los conservadores temen que, al ceder a nuestro lado humanitario, provoquemos un choque de civilizaciones que causará conflictos entre las poblaciones de origen y poblaciones recién llegadas, brotes de xenofobia y el auge de los partidos fascistas.
Pero existe una alternativa menos trágica, en la que la inmigración provocaría un aumento del crecimiento económico en una Europa que lo necesita en gran medida. Sin caer en un determinismo económico primitivo, consideramos que la inmigración masiva destruirá o reforzará Europa, dependiendo de si genera o no un crecimiento adicional. Lo que nos invita a interrogarnos sobre la relación entre inmigración y crecimiento. Una vez superada la emoción que las imágenes suscitan, lo normal es que la opinión pública, los analistas, los dirigentes políticos y los sindicatos interpreten la inmigración como una carga: el inmigrante, si trabaja, «roba» los empleos a los ciudadanos y hace que baje el salario medio. Y si no trabaja, es una carga para los servicios sociales de sanidad, educación y seguridad, pues no contribuye a su financiación. Esto se oye tanto en la derecha como en la izquierda. Pero los economistas, yo incluido, proponemos un análisis más complejo y más positivo en conjunto.
· Una nueva Europa «La naturaleza y la cultura del continente van a cambiar inevitablemente en los próximos años, igual que cambiaron con la inmigración africana»
Observamos que los inmigrantes, especialmente los que proceden de Siria, son en su mayoría adultos y deberían afectar solo ligeramente a los servicios de educación y sanidad. Al haberse formado en sus países de origen, no consumirán el capital local, sino que aportarán un capital de conocimientos y mano de obra que se valorará inmediatamente. Estos nuevos emigrantes vienen a menudo en familia, lo que es nuevo y aporta una garantía de estabilidad social. Y los jóvenes solteros de Eritrea o de África, una inmigración más tradicional y menos estable, parecen ser una minoría. Aunque en el caso de estos jóvenes solteros, igual que en el de las familias ya constituidas, el hecho mismo de aguantar la migración, una dura prueba, selecciona a los más emprendedores, valientes y resistentes; también en este caso se trata de una aportación neta para el país de acogida. La verdadera cuestión es si esos hombres y mujeres que tienen la clara voluntad y la capacidad de trabajar en los países de acogida podrán hacerlo. Y sí podrán, si se les autoriza.
Pero la mayoría de los países europeos se han encerrado voluntariamente en normas sociales que hacen que el acceso al trabajo sea muy complejo, incluso para los ciudadanos. Pero es peor para los no ciudadanos. Por el contrario, la economía de Estados Unidos, donde el mercado del trabajo está poco reglamentado, incluso para los trabajadores sin papeles, se beneficia en gran medida de la inmigración. El crecimiento estadounidense, siempre superior al crecimiento europeo, se explica en gran parte por una cantidad de trabajo superior en Estados Unidos, prohibido en Francia o en Italia en concreto. En Europa, la nueva inmigración masiva podría también no contribuir al crecimiento económico si las ventajas sociales concedidas a los no trabajadores incitan a la ociosidad más que al trabajo. También en este caso la caridad puede ser mala consejera si los inmigrantes, al igual que algunos nacionales, comprueban que es lícito el no trabajar y vivir decentemente de las ayudas sociales. No es fácil definir el justo equilibrio entre solidaridad social e incitación a la ociosidad, pero los economistas proponen una variedad de soluciones, si se les quisiera consultar (aquí no hay sitio para explicar lo que es el impuesto negativo; será en otra ocasión).
Es importante que los inmigrantes trabajen, no solo para contribuir al crecimiento, sino también para ser aceptados en el país de acogida. La historia de las oleadas migratorias en Europa desde hace dos siglos demuestra que la hostilidad hacia los inmigrantes disminuye a medida que estos trabajan «duro». En Francia, por ejemplo, en el siglo XX, los polacos, los italianos, los españoles y los portugueses no fueron bien recibidos hasta el momento en que fue evidente que su trabajo desarrollaba las minas, la agricultura y la construcción. Los árabes o los turcos fueron bien acogidos cuando quedó claro que su trabajo hacía funcionar nuestras fábricas. Sus hijos y nietos suscitaron más reticencias cuando, al hacerse ciudadanos, se convirtieron –a su pesar la mayoría de las veces– en parados asistidos.
A la luz de esta historia y de la ciencia económica, la inevitable afluencia de refugiados será una oportunidad o un drama para Europa, lo que no dependerá tanto de los inmigrantes como de las leyes sociales que se les impongan: si no se les permite trabajar, serán rechazados, quizá con violencia. Pero esta violencia no se deberá a su cultura extranjera, sino que será la consecuencia de una ignorancia crasa de los mecanismos universales de la economía y la integración. No excluyo que esta ignorancia pueda ser voluntaria, de forma que haga aumentar la xenofobia y beneficie a los movimientos políticos que viven de ella.