Una pesada herencia

KEPA AULESTIA, EL CORREO 23/02/13

· Sortu podrá pasar página fomentando el olvido, pero le será ineludible convertirse en un partido como los demás.

El congreso fundacional que Sortu celebra hoy en Pamplona invita a interpelar a sus integrantes sobre la responsabilidad contraída durante tantos años de ejercicio de una intolerancia extrema, justificada desde un victimismo que celebra la vuelta a la legalidad con algún guiño deliberadamente equívoco hacia algunas víctimas del terror. Pero el encuentro permite también fijar la vista en la ‘otra’ normalización democrática que tienen pendiente los herederos de Batasuna: su conversión en un partido con un funcionamiento análogo al de las demás formaciones. De una organización que operaba al dictado de ETA a un colectivo que deberá emanciparse de cualquier tutela externa. La duda es si el cónclave ‘creacional’ será suficiente para dejar atrás la opacidad en la toma de decisiones hasta el punto de que Sortu vuelva transparente a la izquierda abertzale. Su estética simula renovar las viejas tradiciones partidarias. Pero para que eso sea verdad Sortu tendrá que pasar por el trance de convertirse en un partido como los demás.

Si nos atenemos al número de sortzailes –fundadores– que integran el partido -6.000– es inevitable concluir que Sortu nace con una proporción menor de afiliados en relación a sus votantes que ninguna otra formación en Euskadi. Lo que resulta más chocante teniendo en cuenta la tradición activista y movilizadora en la que se asienta la izquierda abertzale. No puede ser casual. Ha de obedecer a una de estas tres causas: o los promotores de Sortu han querido mostrarse inicialmente reservones para que la botadura de la nueva formación no sufriera contratiempos, o han encontrado dificultades para convertir el activismo en militancia o, ante la vieja disyuntiva del partido de masas o el partido de cuadros, han optado por esto último. Aunque es probable que en el resultado final hayan concurrido las tres causas.

Uno de los datos más reveladores del período precongresual es que ha ratificado de antemano el compromiso con Bildu como opción estratégica en materia de alianzas. Ello cuando ni EA, ni Aralar, ni Alternatiba están en condiciones de dibujar un futuro independiente de Sortu ni, aun admitiendo su dependencia electoral, de crecer orgánicamente en el seno de la coalición.

La decisión de constituirse como partido con 6.000 sortzailes debe guardar relación directa con la disposición de Sortu a mantener con respiración asistida a sus socios, eludiendo integrarlos en un proceso de convergencia. Probablemente ello responde también a una combinación de factores e impulsos: erigirse en partido con personalidad propia y no contaminada por advenedizos, mantener una diversidad de siglas que permita proyectarse hacia la opinión pública a modo de «frente amplio» y propiciar un espacio de juego a los independentistas independientes. Aunque el debate sobre si Sortu debe liderar el todo abertzale y socialista o integrarlo directamente queda inconcluso.

Probablemente el nacimiento de Sortu ha estado condicionado por una norma no escrita: nadie osa solicitar el ingreso en el nuevo partido si su concurso no ha sido requerido por sus mentores. Dicho con otras palabras, el listado actual de los afiliados de Sortu ha sido confeccionado de forma dirigista. El mismo procedimiento que ha inducido la designación de los 450 delegados al congreso de Pamplona.

No nos vamos a engañar: es lo que con unos métodos u otros ocurre en todas las formaciones políticas. Pero en este caso el derecho de admisión adquiere connotaciones específicas porque deriva del pasado –la fidelidad a una trayectoria que ningún recién llegado puede cuestionar– y porque se aplica en el seno de ese «frente amplio» que Sortu quiere proyectar con aquellos «independentistas de izquierdas» que no han sido invitados a formar parte de Sortu.

Desde que en 1979 la izquierda abertzale se hizo carne electoral, la ‘vanguardia’ siempre ha sabido multiplicar su presencia en la sociedad vasca y navarra a través de dos poderosos recursos: la sacralización de su núcleo director y la expansión de su mensaje mediante el ‘entrismo’ –que decían los troskistas– o a través de toda una galaxia de iniciativas y plataformas que perdían su espontaneidad e inocencia antes de nacer. La izquierda abertzale puede tratar de pasar página olvidando y fomentando el olvido. Pero está abocada a la desacralización de su subcultura política y de manera precipitada.

ETA no es ya más que una patética referencia a la que ni los verificadores internacionales devolverán la vida a base de un desarme ritualizado de un arsenal de desechos. Y, sin embargo, la izquierda abertzale sigue cautiva de lo sagrado. Hasta reserva la secretaría general al ‘esperado’, hoy en prisión. Y asigna carteras de lucha institucional, de masas e ideológica en su dirección. Es indescifrable qué significa que para esta última responsabilidad haya solo un candidato. Luchar se ha vuelto complicado, cuando resulta tan difícil precisar en pos de qué y contra quién. A no ser que sea contra todos y a la espera de lo que caiga. La herencia se vuelve pesada cuando no se puede capitalizar.

KEPA AULESTIA, EL CORREO 23/02/13