JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO – 25/05/14
· Entre la abstención y el euroescepticismo pueden quedar estranguladas las instituciones de la Unión y sofocado el escaso aliento político que aún les queda.
Esta vez no cabe ni ser original ni mostrarse condescendiente. Hay que sumarse, más bien, al juicio casi unánime de la crítica y afirmar con toda crudeza que la campaña que acaba de terminar ha sido un desastre sin paliativos. No es exagerado declararla la peor de las que se han celebrado desde la restauración democrática. No ha sido siquiera capaz de insertar –con lo fácil que en esta ocasión habría sido– la política nacional en el contexto de la europea.
Ha derivado, más bien, en una sucesión de despropósitos indignos de quienes se proponen ser nuestros representantes en el Parlamento. La palma se la ha llevado el candidato del Partido Popular, Arias Cañete. Su metedura de pata en la primera parte de la campaña, en la que, para justificarse tras su derrota en el debate televisivo con su contrincante femenina, no se le ocurrió mejor cosa que apelar a la improcedencia de mostrar su «superioridad intelectual frente a una mujer indefensa», debería haberle servido para extremar la humildad en el resto de sus intervenciones.
Pues no. Siguió bamboleándose por la campaña con una injustificable actitud de perdonavidas. Era el ministro menos mal valorado cuando le nombraron candidato y ha terminado siendo el que más nos ha movido a risa. Y eso que, con alguna rara excepción, tampoco los demás destacaban por su brillantez.
Pero, en fin, no merece la pena detenerse ni un minuto más en lo que se ha convertido ya en opinión común dentro y fuera de la clase política y mediática. Mejor será dedicar estas pocas líneas a analizar la penosa situación por la que está pasando la Unión Europea y que estas elecciones van a poner más al descubierto que nunca. Y es que los resultados que conoceremos esta noche, pero que ya podemos adelantar desde ahora, sacarán a la luz la pinza que está estrangulando a las instituciones de la Unión y sofocando el escaso aliento que a ésta aún le quedaba. Me refiero a los dos hechos que mañana lunes acapararán sin duda alguna las portadas y los análisis de todos los medios de comunicación europeos: la bajísima participación electoral y el auge de los partidos euroescépticos o abiertamente antieuropeos. Entre una y otro, la Unión Europea, si no lo remedia, podría languidecer hasta su extinción.
La abstención, que podría acercarse en el conjunto de los países miembros a cifras rayanas con un alarmante 70%, es como el enemigo exterior que va minando, elección tras elección y sin que nadie parezca hacer algo para enfrentarlo, la propia legitimidad y la misma razón de ser de la UE. Por parte de los ciudadanos, su causa ha de situarse en una mezcla de desconocimiento y de desentendimiento que se retroalimentan.
Por parte de la Unión, la culpa –ya que de culpa ha de hablarse cuando uno a ésta se refiere– reside en la mediocre burocratización de unos dirigentes que han ido perdiendo de vista tanto el ambicioso proyecto político que en su día quiso ponerse en marcha al convocar a todos los países europeos a un proceso de progresiva integración como las inquietudes más perentorias de los ciudadanos. Así, mientras el resurgimiento de los nacionalismos ha ido ahogando poco a poco los anhelos de crear una auténtica ciudadanía europea y unas instituciones que le den respuesta cabal, la ramplonería burocrática de los dirigentes políticos se ha encargado de congelar en el frío discurso de las cifras y los grandes números las preocupaciones cotidianas de las personas.
Entre los nacionalismos y la ramplonería no encuentra el ciudadano europeo ni objetivo que le ilusione en el largo plazo ni propuestas concretas que le solucionen sus problemas inmediatos. ¡A ningún dirigente de los que aparecen día tras día en las pantallas de la televisión le ha oído aquél pronunciar estos últimos años una palabra de aliento o de ilusión que vaya más allá de la décima de déficit que ha de rebajarse para alcanzar el famoso ajuste fiscal que le llevará –¡oh!– al paraíso de la recuperación! No le culpo, por tanto, a él, si se abstiene.
Si en la abstención se encuentra el enemigo exterior, que ha decidido quedarse emboscado fuera de la ciudad europea por desinterés o indiferencia, el que ha optado por socavar desde dentro los fundamentos de su edificación es el euroescepticismo que irrumpirá con alarmante fuerza dentro de sus muros a raíz de estas elecciones. No son fenómenos –la abstención y el euroescepticismo– del todo desconectados. Ocurre, más bien, que el aumento de la primera da lugar al auge del segundo.
Pero tampoco sería justo culpabilizar a quien se abstiene de la pujanza de quienes activamente se proponen minar las bases de la Unión. Y es que en uno y en otro caso, es decir, tanto en la abstención como en el euroescepticismo, resulta obligado volver la vista a sus principales causantes y responsables, que son, una vez más, aquellos que, con sus actitudes burocráticas, mediocres y faltas de todo aliento político, están acabando con lo que en su día fue auténtica afición europea y permitiendo que el edificio que hoy se tambalea termine muy pronto por derrumbarse.
Es este objetivo –el de recrear la ilusión que anime a la participación y quite toda razón de ser al euroescepticismo– el que, más allá de la superación de la crisis, habrán de alcanzar durante esta legislatura quienes hoy salgan elegidos de las urnas. Tienen más que nunca el instrumento adecuado para hacerlo: un Parlamento capaz de sacar de la atonía o, mejor aún, de la catatonía en que se encuentran a quienes, desde los gobiernos nacionales o los ejecutivos europeos, han perdido de vista a los ciudadanos. Ellos son nuestros auténticos representantes europeos. Y yo aún espero que agiten estas aguas de la Unión que tanto tiempo llevan estancadas.
JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO – 25/05/14