Antonio Rivera-EL Correo
- Con aliados como Junts, la continuidad de la legislatura no la salva ni Sánchez
Una raya, una línea, es todo lo que ha colado el PSOE en el documento de acuerdo con Junts: la que hace al compromiso de sus diputados de apoyar la investidura de Sánchez. Lo que viene a indicar que la tarea de Santos Cerdán ha sido la de cepillar -siguiendo con el argot de Alfonso Guerra-, que no la de redactar, y uno se barrunta lo que dirían los primeros borradores presentados por Carles Puigdemont. El socialista se ha tenido que conformar con dejar constancia de las diferencias de criterio con su interlocutor; acordar los desacuerdos, que se dice.
El documento signado con Junts es el mismo que se firmó con Esquerra. Las diferencias solo responden al pulso particular entre nacionalistas catalanes, aunque de ahí se derivan antagónicos redactados y lecturas entre líneas. El de Junts es un documento de acuerdo donde sobresalen palabras como divergencia, discrepancias, desconfianzas, disfunciones, disensos o certidumbre, y que compromete la estabilidad de la legislatura a los avances y cumplimientos; lo que viene siendo un acuerdo entre enemigos profundos. Del mismo modo, es un documento firmado con un eventual aliado antiinstitucional, preocupado solo porque figuren sus demandas en el papel, al margen de que sirva de algo (por ejemplo, enarbolar un referéndum específico de autodeterminación y hacerlo depender del artículo 92 de la Constitución). Finalmente, es un texto rubricado con una organización sectaria, que desdeña la existencia de la mitad de los catalanes y de todos los demás españoles.
Luego es un documento a efectos domésticos, de política catalana. Lo que ERC denomina segunda fase del proceso de diálogo aparece aquí como ocasión inédita, sin pasado previo. El conflicto de futuro se convierte en histórico, remontándose a los Decretos de Nueva Planta de Felipe V (1707-1716) y acudiendo al franquismo sin citarlo; Cerdán se merecerá la medalla imaginando lo que pondría al pronto. El relato del proceso secesionista es exclusivamente de parte; ahí no ha metido ni miejita Santos, no ha podido negociar nada. El papel con ERC, más intelectual, hacía un peligroso equilibrio de legitimidades (parlamentaria y popular versus institucional y constitucional); este se solaza enfrentando legitimidad con legalidad, un clásico nacionalista.
El mecanismo de acompañamiento, verificación y seguimiento es aquí internacional; otro clásico. La amnistía, que en el de los republicanos era el punto de partida para la convivencia (como dice consiguieron los indultos), aquí remite a la hipótesis -no hace más- de una judicialización de la política (‘lawfare’) que podría alcanzar a todo el mundo que pasara por allí y hubiera sido sancionado por algo. Lo de la pasta también está escrito en hipótesis, pero Puigdemont ha querido dejar claro que lo suyo será una cláusula de excepción particular (para quedarse con todos los tributos) y no una modificación legal que afecte a todas las comunidades autónomas (para condonar la deuda, como pactó ERC). El referéndum, también en condicional, a discutir, será de autodeterminación, mientras que para los otros era simplemente de ratificación de los acuerdos a que se llegara entre las partes; unos pisando tierra, otros con los pies en el cielo.
Y así todo. Cerdán no ha entregado la plaza; la ha puesto a discusión. Todo lo grueso va en condicional, de manera que habrá que esquivar titulares escandalosos. Pero si ya el acuerdo de Bolaños con Esquerra soliviantó, dejó en la estupefacción o entusiasmó a partes desiguales, dependiendo del compromiso con la máxima ‘todo por un gobierno progresista’, el de Cerdán con Junts es de peor digestión para sus partidarios. Los modernos postmodernos le dan mucha bola a la cosa de lo simbólico e inciden en que impacta más de lo que pensamos en la opinión de la gente. Pues eso, que muchos que distinguen sin esfuerzo un gobierno progresista de otro reaccionario pueden estar dudando si el sapo que se tienen que tragar para ello lo merece.
Peor aún, si no lo será en vano, porque con aliados tan consistentes como estos, que presentan el acuerdo como una penitencia y que subordinan su día a día a que se encuentren satisfechos en el tortuoso territorio de las negociaciones o de cómo les vaya en relación a su íntimo competidor, la continuidad de la legislatura no la salva ni el prestidigitador y resiliente Sánchez.
Puigdemont ha dado nuevas muestras de estar en la luna, pero la coyuntura le ha rescatado y ha obligado a los socialistas a negociar sobre sus bases y en su terreno. Sánchez es consciente de que esa factura será extraordinaria, pero confía en que se nos olvide con el tiempo, en cuanto disfrutemos de los beneficios materiales de un gobierno de progreso. En ese punto hay dos tipos de anteriores partidarios: aquellos a los que la lanzada en su dignidad de ciudadanos ha borrado ya del censo de votantes de izquierda y los que se van a dar todavía un tiempo, porque las cosas cambian ahora a extraordinaria velocidad, y con ellas nuestro juicio. Están también los sectarios impenitentes, profundamente izquierdistas, pero a estos es preferible obviarlos.