Tonia Etxarri-El Correo
La primera sesión de investidura de Pedro Sánchez estuvo plagada de cebos recurrentes. Los que ponía el candidato cuando respondía a Feijóo que él aspiraba a formar un Gobierno, progresista por supuesto, entre el PSOE y Sumar. Tan solo existían en su cabeza dos opciones en el mapa político gubernamental: la del PP con Vox y la suya con Yolanda. Un planteamiento falsario. El mismo que utilizó TVE para un debate de campaña al que Feijóo declinó asistir porque le parecía una estafa que no se citara al resto de actores. Ayer, Pedro Sánchez jugó con las mismas cartas para intentar eludir la verdadera cuestión que les había llevado hasta esa sesión de investidura. El peaje que ha tenido que pagar a Puigdemont para que (además de Bildu, ERC, PNV, BNG y Coalición Canaria) sea posible su investidura. Al hablar de su futuro Gobierno, exhibía la trampa de la fórmula de los dos partidos. PSOE y Sumar. Tan notorio fue su impulso de eclipsar a los socios a los que ha tenido que recurrir para reunir los 179 votos que no le dieron las urnas que, en su discurso, ni siquiera citó a Euskadi en la lista de promesas y reformas. Un detalle que no le pasó inadvertido a Feijóo, que lo utilizó en su apartado de ‘divide y vencerás’ que con tanta destreza maneja para sembrar inquietud entre sus adversarios.
El caso es que Sánchez se entretuvo en hacer lo que mejor se le da. Oponerse a la oposición. Quizás ayer, debido a su posición de extrema debilidad y máxima dependencia del prófugo de Waterloo, se le notaba más forzado en la escena. Prefería hablar del peligro de «las derechas» antes que tener que dar demasiadas explicaciones de su calvario negociador, teniendo que pactar lo contrario de lo que había prometido en campaña. «Un fraude», denunciaba Feijóo.
Dedicar, como hizo, los primeros 45 minutos a descalificar a la derecha y los 43 minutos restantes a lo que debía ser su propuesta para gobernar resultó desproporcionado. Y dejó en evidencia que, más allá de su cruzada contra el PP, al que amarra a Vox mientras él ningunea a sus socios secesionistas y delincuentes fugados, no tiene otro proyecto que ofrecer.
Feijóo iba sorteando las trampas puestas desde la Moncloa, reconociéndose como líder del descontento de la mitad de la sociedad española que no aprueba que Sánchez haya pactado la gobernabilidad del país con quien quiere romperlo. Lo que ha hecho este candidato es «corrupción política», esta investidura «nace de un fraude» remachó para que quedara grabado en los titulares de prensa.
El abandono de Santiago Abascal y su grupo del hemiciclo, tras haber denunciado un golpe de Estado a la Constitución, no es buen síntoma del parlamentarismo. Deberían haberse quedado en vez de convocar, a través de las redes, a manifestaciones en caliente. A Sánchez le habría encantado que solo se hubiera hablado de la derecha. Pero la amnistía para los delincuentes secesionistas sobrevoló toda la sesión. Las Cortes que nos representan se merecen una explicación más allá de una consigna oportunista sobre el cambio de las circunstancias.