Tonia Etxarri-El Correo

La coherencia ha dejado de ser un valor que cotice en la política actual

Con las autonomías controlando la última fase del desconfinamiento pero tuteladas por el mando único del Gobierno. Así empieza esta semana. Con la cogobernanza que tanto Urkullu como Feijóo (además de Torra) venían reclamando. Y con el cambio del reparto del fondo de 16.000 millones que ha provocado, de nuevo, agravios comparativos. A poco más de un mes de las elecciones del 12 de julio en las dos comunidades autónomas, el lehendakari cree que podrá repetir mandato con la ayuda de los socialistas. La oposición vasca intenta recuperar la igualdad de oportunidades para prodigarse en una precampaña atípica. Porque el confinamiento ha proporcionado al lehendakari una proyección que no disfrutan el resto de portavoces.

Hablarán de salud pública y de la gestión de Ajuria Enea durante el estado de alarma. Y del desempleo. Las banderas de la independencia no dan de comer a la gente. Por mucho que se empeñen los secesionistas. Todos menos los socialistas ponen el acento en el drama del vertedero de Zaldibar. Cuatro meses después del derrumbe que sepultó los cuerpos de los empleados Alberto y Joaquín, la Ertzaintza ha detectado «indicios de criminalidad» en la gestión de quienes no revisaban los residuos que entraban en el vertedero. Ésa es la mácula del cartel de Urkullu. Ni el fraude en la OPE de Osakidetza ni el caso De Miguel. Por eso Iturgaiz no ha soltado esa presa desde que se hizo cargo del PP vasco. Mañana tiene un ‘cara a cara’ digital con Daniel Lacalle para hablar de economía. Seguro que aprovecha la oportunidad mediática. Podemos y Otegi no coinciden en el momento idóneo para presentar una alternativa de gobierno de «izquierdas». ¿Ahora o dentro de cuatro años? Para eso necesitarían al PSE pero Idoia Mendia sigue poniendo sus semillas en dos cestas: la del PNV, con quien gobierna en Euskadi, y la de Sánchez, que necesita a los nacionalistas para seguir en La Moncloa. Habrá que ver si después de esta campaña el voto PSE se resiente de la gestión de Moncloa o se beneficia de los apoyos que pierde Podemos. De momento, Sánchez no está sufriendo desgaste mientras Podemos no deja de perder en las encuestas. Por eso Pablo se pega a Pedro. Como una lapa. Y el inquilino de La Moncloa, que lo necesita, se mimetiza con Podemos sin que sus improvisaciones y bandazos en la gestión del estado de alarma le hayan costado mayor coste que la crítica de la oposición.

Marlaska mintió en sede parlamentaria. Irene Montero hizo lo propio en televisión. Pero nadie dimite ¿Quién crispa? La respuesta va por bandos. Los mismos bandos que se han creado desde que Podemos llegó a la política y Sánchez ‘reconvirtió’ al PSOE. Un lamento en Twitter reflejaba con precisión la situación: «Estamos en el mismo mar pero no estamos en el mismo barco». El PSOE apunta a la oposición porque no se somete.

Iglesias, rebajando el tono con perfil propio de Lexatin, atiza odios superados en la Transición sugiriendo golpes de Estado. Técnicas de autojustificación consentidas por Sánchez. Solo rebatidas por la ministra de Defensa, Margarita Robles. Cuando llegue septiembre, si no se producen nuevos brotes, hablaremos más de economía y desempleo. A Sánchez le aguardan los Presupuestos. El PNV no hará movimientos extraños como los que protagonizó cuando abandonó a Rajoy. Y ERC, aunque tense su negociación, preferirá mantener un gobierno socialcomunista antes que facilitar el camino al centroderecha. Ciudadanos querrá seguir aparcado en el terreno inexistente del equilibrio en un Parlamento tan polarizado. Y Sánchez jugará con todos.

La propaganda constante en sus apariciones televisivas todos los fines de semana le funciona. Aunque no haya contestado a preguntas incómodas. Da igual. Ha encerrado en la misma casilla al PP y Vox, de quienes no quiere ni el saludo, mientras él ha pactado con Bildu. Casado se ha adaptado a un discurso duro repasando el archivo y perdiendo demasiado tiempo con las contradicciones de Sánchez. Reproches que no le provocan el mínimo sonrojo. Porque las llamadas a la coherencia han dejado de ser un valor que cotice en política. «El mejor camino para resolver un problema es reconocerlo» decía el protagonista de la serie ‘The Newsroom’. En nuestro país quienes nos gobiernan, que se ponen medallas y reparten eslóganes de autosuficiencia, aún no han superado esa fase.