EL MUNDO – 27/08/15 – ARCADI ESPADA
· La declaración pancatalanista del consejero Gordó, que no en vano pasa por ser uno de los hombres más sensatos del gobierno desleal, me parece de una gran normalidad nacionalista. El nacionalismo tiene algunas particularidades indestructibles. Nunca es democrático, por ejemplo, y siempre es irredento.
Además, la expiración de los llamados Països Catalans era, antes del 27 de septiembre, el único fracaso del nacionalismo catalán: y es lógico que sus militantes trabajen para revertir una situación que quedó perfectamente establecida cuando al catalán que se habla en Valencia se le llamó oficialmente valenciano. Al catalán de Barcelona se le podría llamar valenciano y al valenciano de Valencia catalán: pero no convendría llamarles cosas distintas, más allá de la intimidad. Esa fractura intelectual fue políticamente letal para el pancatalanismo, que había confiado a la lengua todo su ser diferencial, y que ahora recibía un sorbo de su propia medicina: los valencianos habían ultimado la imposible pirueta de que su acento lingüístico se considerara un rasgo diferencial ante los españoles… y ante los catalanes.
La bonita lección para Gordó y cofrades, y lo que realmente les hace darse fuertes golpes en una cabeza ya muy torturada, es que ha sido el nacionalismo lo que ha expulsado del Reino de Valencia al pancatalanismo. La izquierda, cuyo cinismo es del mismo volumen que el de la derecha aunque de mejor calidad, ha sido capaz, en su versión valenciana, de apuntarse a lo que en tiempos llamaron, con manifiesto desprecio, regionalismo y búnker barraqueta, con algo más de colorido. Y el presidente de ese gobierno paella, tan barroco de ingredientes, aprovecha ahora la tómbola de salvoconductos montada por el consejero de Justicia para apuntalar su regionalismo y tratar de cerrar la vía de aguas sentimentales que el Partido Popular empezará pronto a explotar. Bien está.
No obstante, para el crédito de sus intenciones sería necesario que abjurara pública y enfáticamente, y con Raimon Pelegero al frente, de su apego original a Fuster y el fusterismo. De aquel que en Nosaltres els valencians, uno de los libros más vendidos en catalán de la historia, escribió que los valencianos no catalanes eran hombres «secundarios y marginales», inapropiados para un proyecto «sano» de país.
Aunque lo más doloroso fue que le llamaran el Voltaire de Sueca.