Cuando en Dinamarca u Holanda hay ciudadanos que temen por sus vidas y se esconden, es que Europa entera debe temer por su seguridad y su libertad. Cada vez son más los que pagan su dignidad con terror y los países que han de tomar medidas sin la solidaridad de las democracias occidentales. Cada vez hay más amenazas y, quizás sea lógico, cada vez hay más cobardes.
Dos países de la Unión Europea, Dinamarca y Holanda, anunciaron ayer que cierran sus embajadas en Kabul y en Argel y recomiendan a sus ciudadanos que salgan de estos países o al menos abandonen sus residencias habituales.
Los diplomáticos seguirán ejerciendo su labor desde localizaciones secretas. Todo se debe a las informaciones que con gran certeza y detalle hablan de la inminencia de ataques terroristas del islamismo radical contra sus sedes y compatriotas. Holandeses y daneses se han caracterizado en estos últimos tiempos como los estados europeos que con mayor energía han defendido dentro y fuera de su territorio la libertad de expresión y su decisión de autodefensa frente a los intentos de intimidación y las amenazas de muerte de islamistas radicales llegados a Europa desde Oriente Medio y Asia en los últimos años y décadas pero también criados en sus sociedades democráticas y tolerantes. No son los que ahora se esconden, ni mucho menos, los más cobardes. Otros que no creen en nada nos quieren vender cambalaches entre la libertad y el miedo. Son eso, cambalaches.
Islamistas huidos de sus países por la miseria económica y social generada por los estados fallidos de los que proceden o por la represión política y religiosa de las dictaduras que los dominan, han jurado venganza a las democracias que los han acogido, que les han dado trabajo y seguridad jurídica y que han consentido que crearan guetos que, por inercia, se han convertido en comunidades en las que lejos de aplicarse las leyes de igualdad, libertad y transparencia civil, son focos del odio, el resentimiento y la intolerancia. Mientras luchan y pierden la vida soldados de la OTAN, también españoles, en lugares remotos como Afganistán o Irak, para reconstruir sociedades destrozadas, soldadesca del islamismo amenaza a estas fuerzas pero también a Europa, donde el islamismo se alza contra las instituciones y los valores de las sociedades que les dieron prosperidad y cobijo.
Cada vez es más patente la falta de reciprocidad en la buena fe entre el islamismo y la sociedad abierta. Cada vez es más obscena la agresividad que tantos inmigrantes islamistas, de primera, segunda o incluso tercera generación, expresan hacia las democracias occidentales.
Pero no puede haber renuncia a los principios de la mejor sociedad en libertad jamás habida. Ha llegado el momento de poner pie en pared y dejar claro que ha sido y es la civilización basada en la libertad del individuo, de su conciencia y responsabilidad, la única que ha logrado situar el listón de la felicidad y la prosperidad donde se halla actualmente en los países más ricos. Es la cultura basada en el debate y la pugna por el saber, la compasión y el respeto incuestionable a la persona como ser irrepetible. Es el momento de que estas sociedades triunfantes y prósperas adquieran la percepción del riesgo que suponen una vez más las ofensivas del enemigo y por tanto de la concienciación de la necesidad de adquirir capacidad de autodefensa. Cuando en Dinamarca u Holanda hay ciudadanos que temen por sus vidas y se esconden aterrados como los diplomáticos de esos dos países en Kabul o Argel es que es Europa entera la que debe temer por su seguridad y su libertad. Ha estado en Madrid estos últimos días Robert Redeker, un filósofo que a raíz de un sólo artículo en el diario «Le Figaro» sobre el islamismo se convirtió en refugiado y paria en su propio país. Acaba de publicar su experiencia en «Atrévete a vivir» (editorial Gota a Gota). Las amenazas de muerte que recibió le obligaron a vender su casa, a cambiar de ciudad de residencia en Francia, a esconderse para no correr la misma suerte que el director de cine Theo Van Gogh. Cada vez son más los individuos que pagan su dignidad con terror y los países que han de tomar medidas como Holanda y Dinamarca sin la masiva solidaridad que merecen de todas las democracias occidentales. Cada vez hay más amenazas y, quizás sea lógico, cada vez hay más cobardes.
Hermann Tertsch, ABC, 24/4/2008