Ignacio Camacho-ABC

  • El respeto por su propia palabra define a un dirigente honorable. Para conculcarla sin sonrojarse ya está Pedro Sánchez

Aquellos dos minutos y veinte segundos torrenciales en los que María Guardiola –«tengo principios, ideas y compromiso»– cargó contra Vox para cerrarle con contundencia inusitada la puerta de un eventual Gobierno le obligan ahora a renunciar a presidirlo por imperativo ético. Sin remedio, por coherencia, por dignidad y también por el respeto que dijo sentir hacia los extremeños. Da igual si llevaba o no razón en sus reproches, eso ya es lo de menos. Lo importante es que el camino de vuelta de ese arrollador rechazo no se puede recorrer sin sentir vergüenza al mirarse en el espejo. Salvo que uno se llame, claro, Pedro Sánchez y sea capaz de desmentirse a sí mismo en horas veinticuatro sin sonrojarse. Los demás, los que sean capaces de apreciar su palabra como una herramienta de convicción honorable, están en la obligación de sostenerla siquiera por aprecio a sus propios valores morales.

Aquel discurso tempestuoso, implacable, abrasivo, no fue una improvisación acalorada en un momento de arrebato anímico. Era un texto leído, y por tanto pensado antes de ser escrito. Y contenía acusaciones demoledoras expresadas con detalle inequívoco: deshumanización, homofobia, machismo. Es muy probable que fuese un error táctico, incluso que le viniese sugerido o impuesto desde el alto mando partidario. Pero lo asumió, lo pronunció, lo declamó paladeándolo con toda la solemnidad retórica que requería el caso. Y ahora no hay modo de borrarlo de unas videotecas que perseguirán a Guardiola durante años, por muy conveniente que pueda resultar –asunto discutible– el flamante pacto suscrito con quienes había descalificado en términos irrevocables, categóricos, casi dramáticos. Sí, la concesión final ha sido pequeña, anecdótica, hasta razonable si se mira con cierta benevolencia. El problema es que después de esa descarga de vitriolo político el acuerdo lo puede firmar cualquiera… menos ella. Simple cuestión de conciencia.

Todo el mandato sanchista quedó contaminado por el incumplimiento inicial de la promesa de no aliarse con Podemos. A partir de ahí, el presidente y toda su trayectoria salieron marcados con el estigma del descrédito. Y se supone que la alternativa vendría prevenida, escarmentada, vacunada contra el anhelo de encaramarse al poder por cualquier método. La retractación exprés de Extremadura invalida en plena campaña nacional la principal crítica al sanchismo, la de haber establecido un estilo político basado en la mentira. Y la única manera, ya incompleta, de recomponer esa autozancadilla consiste en que Guardiola no dirija el Ejecutivo que vetó de manera taxativa. Apostó fuerte, muy fuerte, y ha perdido, o la han forzado a perder, por muchos matices con que el PP pretenda justificar su pirueta contorsionista. Y se tiene o se debería de ir porque así es la vida. Aún le queda una oportunidad de conservar algo de autoestima por sí misma.