Víctimas

Pilar Manjón merece el respeto y la solidaridad de todos, no el asentimiento universal a sus denuncias y propuestas. Sus ataques a los comisionados, sin distingos, pudieron brotar de una sensibilidad hipertrofiada por el dolor, pero eran sencillamente intolerables.

Una comisión es una comisión y un experto es un experto. Se aconseja no confundirlos. El Congreso de los Diputados puede crear comisiones de investigación. No veo tan claro que le asista análogo derecho a contratar un equipo independiente de expertos políticamente neutrales -especie tan abundante en España como el canguro termita- para que averigüen qué pasó antes, durante y después del 11-M. En teoría al menos, existen varios cuerpos de expertos con cargo al presupuesto cuya función consiste precisamente en investigar hechos como la matanza de los trenes, detener a sus autores y ponerlos a disposición de la justicia. En teoría al menos, una de las funciones asignadas por el Congreso de los Diputados a la Comisión de Investigación del 11-M era comprobar si tales expertos cumplieron con su deber o si, por el contrario, hubo casos de negligencia culposa.

Una víctima del terrorismo es una víctima del terrorismo. Merece el respeto y la solidaridad de sus conciudadanos. Tiene derecho a que sus reclamaciones y quejas sean escuchadas por los poderes públicos y, en la medida que resulten justas y razonables, atendidas. Conozco muchas víctimas del terrorismo. Las tengo en mi propia familia y, desde luego, bastantes amigos míos han sido asesinados o heridos en atentados terroristas. Ser víctima del terrorismo no es un mérito, sino una enorme desgracia. Sufrir un atentado, perder en un atentado a un ser querido no ennoblece, no redime, no salva, no lo hace a uno más generoso, más inteligente ni más lúcido. Por el contrario, en numerosos casos (no en todos, por supuesto) lo deprime, lo acobarda o, en el extremo, lo arruina moral e intelectualmente. Nunca proporciona una ciencia infusa ni un saber de oráculo. Los sobrevivientes del terror y, en general, los allegados de las víctimas (también víctimas ellos mismos) siguen siendo, después del trauma, como todos los demás. Ni más ni menos.

LA representante de la Asociación 11-M Afectados de Terrorismo habló el miércoles ante la Comisión de Investigación del Congreso. Pilar Manjón, que perdió un hijo en el atentado de la estación del Pozo del Tío Raimundo, merece el respeto y la solidaridad de todos, no el asentimiento universal a sus denuncias y propuestas. Sus ataques a los comisionados, sin distingos, pudieron brotar de una sensibilidad hipertrofiada por el dolor, pero eran sencillamente intolerables. Esta Comisión no pasará a la Historia como la más ecuánime y eficaz. Sus resultados, hasta la fecha, podrán habernos decepcionado a muchos, por diversas y contrapuestas razones. Pero no ha sido un circo. Nadie se ha burlado de las víctimas y si alguien las ha utilizado «como arma arrojadiza», los agredidos (¿hay que ponerles siglas?) no han respondido con las mismas armas. Risas, aplausos y jaleos no serán del gusto general, pero forman parte de la liturgia de la discrepancia democrática en todos los parlamentos del mundo. Ojalá sigan sonando en el nuestro, porque cuando acaba ese alboroto es que empieza el tiroteo.

ESTA vez los comisionados callaron, quizá unos por respeto y solidaridad y otros acaso por vergüenza, allá cada cual con su conciencia, pero ese silencio no estuvo bien. Peor aún fue la ausencia de réplica a las acusaciones de Pilar Manjón contra la actuación de las Administraciones públicas (qué casualidad, todas del PP) en la atención a los heridos y las familias, acusaciones desmentidas por los testimonios de, cuando menos, otras tres asociaciones de víctimas. Para ser coherente con sus propias demandas a políticos y periodistas, Pilar Manjón debería haberse dejado de insinuaciones y vaguedades. Pero, sobre todo, los comisionados debían haberle exigido que concretase, porque no estaban allí para otra cosa. Nunca, en fin, desde el 13 de marzo, se había vuelto a sentir tan intensamente el olor agrio de la manipulación de los buenos sentimientos.

Jon Juaristi, ABC, 19/12/2004