Ignacio Camacho-ABC
Los estatalistas dogmáticos topan con la evidencia deque la sociedad civil muestra formidable capacidadde respuesta
Alrededor de once millones de españoles tienen algún tipo de seguro médico privado. Entre ellos Carmen Calvo, a la que no hay nada que reprochar en ese sentido aunque La Moncloa haya tratado de justificar -excusatio non petita…- su ingreso en la Ruber como producto de un concierto mutual de funcionarios. Lo que rechina, y el aparato de comunicación gubernamental lo sabe, es la contradicción de esa elección libérrima con el enfático discurso oficial de defensa del sistema público, que objetivamente y pese a las críticas que recibe a menudo constituye un motivo de general orgullo. Pero no es ni tiene que ser el único; de hecho, en una emergencia como ésta no se puede desperdiciar ningún recurso si se
pretende que sea real el lema de combatir la epidemia todos juntos. Si el virus no hace distingos tampoco cabe hacerlos entre los profesionales que se enfrentan a él a brazo partido, corriendo el mismo peligro y con idéntico espíritu de servicio. Y sólo desde un prejuicio ideológico rancio y sesgado se puede cuestionar que quien está en condiciones de pagar sus cuidados sanitarios contribuya a evitar el colapso que amenaza a los hospitales del Estado. Tampoco son públicos los supermercados, proveedores esenciales de suministros básicos, y no parece que nadie haya pensado -¿o sí?- en expropiarlos.
Ocurre que cierta izquierda radical trata de aprovechar la crisis para acelerar su agenda de nacionalizaciones encubiertas. La demonización populista del sector privado forma parte de esa estrategia cuyo epítome son las críticas a la intervención filantrópica de Amancio Ortega. Pero Inditex ha fletado transportes y usado sus canales de intendencia para traer los equipos de protección que el Gobierno no alcanzaba a distribuir por incompetencia o torpeza. Y sin la colaboración gratuita de muchas empresas no habría sido posible levantar en pocos días el hospital de campaña de Ifema. Diversos sectores productivos y hasta instituciones financieras se han implicado contra la epidemia con donaciones millonarias y actuaciones directas, demostrando que su musculatura es más flexible y eficaz que la de la Administración en operaciones propias de la logística de guerra. Privadas son también muchas fundaciones y sociedades científicas y médicas que investigan vacunas y tratamientos de la pandemia. Los dogmáticos del estatalismo tropiezan con la terca evidencia de que el dinamismo de la sociedad civil y abierta posee una formidable capacidad de respuesta.
No se trata de optar, ni de excluir ni de imponer, sino de cooperar en un común empeño. De utilizar todos los medios complementarios disponibles en un país moderno. Este desafío colectivo trae una mala noticia para los sectarios, y es que la economía de mercado también sabe movilizarse ante graves compromisos comunitarios. Y en muchos casos, de modo más rápido y eficiente que el Estado.