MANUEL MONTERO-El Correo

  • La función social de estos extendidos clichés es asentar las trincheras

Los estereotipos se adueñan del espacio público. Así, los culpables de nuestros males son seres oscuros, ricachuelos que fuman puros; el cabreo de bancos y eléctricas por las decisiones del Gobierno indica que vamos bien. Las imágenes de la sociedad más difundidas las componen los estereotipos. Son construcciones mentales que resumen la visión del mundo, lo explican y sirven de modelo o contramodelo. Los clichés adquieren un insólito protagonismo. Hacen las veces de realidad.

Por ejemplo, el rojo/progre de toda la vida. Le gusta pasar por avezado antifranquista, con alguna historia sobre los ‘grises’ -no importa que sea inverosímil-, siempre afirmando alta conciencia. Le es conveniente decir que sus padres fueron obreros, analfabetos o casi, y que estudió con esfuerzos hercúleos. Debe de mostrar, también, un radicalismo visceral y su odio perenne a la derecha.

El estereotipo es un constructo social, por lo que no importa si refleja la realidad. Lo importante es que tenga coherencia interna y sirva de modelo ejemplar. No para que le imiten, sino para que le admiren.

Está el estereotipo de hombres de derecha consecuente, hecho a sí mismo, estudiando másteres sin cuento (en Harvard, Oxford o alguna escuela con nombre en inglés). Tiene que saber vestir, beber whisky con relajo -el bebedor de clase popular lo hace a la brava- y hablar con displicencia de estos chicos los rojos, pues en su juventud… Lo de menos es que sea un zote o que vaya dilapidando en pocos años una fortuna acumulada en generaciones. Lo importante es que consiga una buena puesta en escena. Si representas el estereotipo no tienes que preocuparte de la verdad.

El contramodelo juega un papel argumental. Por ejemplo, el del burgués avaricioso, Tío Gilito en estado puro, sin más oficio que sacarnos la sangre. Sube la inflación y rompe a carcajadas, pensando que así se forra. Le gusta despedir, abochornar al empleado como un esclavo. Siempre se enriquece (a costa nuestra). Si hace donativos es para reírse de nosotros, para que olvidemos lo que ha defraudado a Hacienda o cómo explota niños en el tercer mundo.

La vida social se ha convertido en una confrontación de estereotipos. Los lamentos por cómo los ricos nos roban con la inflación o, en el otro lado, por el rufián socialista metido en el sindicato para ponerse ciego a langostas y mariscos resumen varios imaginarios. No importa cuántos, quiénes y si es cierto, sino la imagen de Blancanieves la burguesa explotando a los siete enanitos obligándolos a cantar para divertirse. Las imágenes estereotipadas tienen la función social de asentar las trincheras.

Modelos, contramodelos, historias ejemplares, argumentos contundentes: eso es todo. Cabe prescindir de la realidad.

La narrativa independentista catalana está construida sobre estereotipos que empiezan con la mujer franquista que en el tren reprochó al buen catalán que hablase catalán, historieta repetidísima que viene a ser la génesis de todo, pese a su trivialidad. La narrativa estereotipada siempre es unidimensional, el mal en estado puro priva de chuches al buen ciudadano. El estereotipo se construye sin matices. No necesita validación, se justifica por sí mismo y da cobertura a cualquier reacción.

O el pobre vasco sufridor de represiones franquistas al privarle de su idioma y su identidad. No cuenta que sea a título póstumo, por nacer tras la muerte del dictador; ni que haya tenido a su alcance todo el impulso cultural que pagamos a escote. La represión española es metahistórica y de ella se puede doler cualquier vasco concienciado, justificando así lo que sea. En cualquier momento.

Llegan las fiestas en Pamplona y, si por un casual «elementos populares» agreden al alcalde, el estereotipo explica que la autoridad no representa a la mayoría social, además de que la experiencia lúdica admite comportamientos alternativos, de transgresión social y transferencia de legitimidades, un juego tradicional.

La imagen estereotipada sustituye a las personas, a los grupos y a lo que sucede. Lo importante es el estereotipo. Los ciudadanos damos en meros espectadores, pero nos toca sufrirlos. Dada la precariedad de los estereotipos, el discurso público resulta pueril y reiterativo. El debate queda sustituido por monólogos paralelos, llenos de insidias estereotipadas.

Los estereotipos, sectarios, son de un simplismo que estremece. Representan antagonismos básicos, que funcionan según el color del cristal. Derecha egoísta y franquista frente a izquierda progresista y solidaria. Izquierda incompetente y enchufista versus centro-derecha eficaz. Españoles mezquinos/nacionalistas amantes de su identidad. Monarquía tardofranquista versus república madre de todas las virtudes y soluciones. Y así sucesivamente, sin mayor altura intelectual ni capacidad de resistir un análisis.