Luis Ventoso-ABC

  • Al final hay un pegamento que siempre los une: relevar a Sánchez y Podemos

Vox es una escisión del PP de márketing populista y que emplea la polémica como método promocional. Brotó de su flanco derecho ante la falta de energía emocional del marianismo en la defensa de la unidad de España, que gestionó como si fuese un mero problema administrativo, y por los bochornosos casos de corrupción que afeaban a la marca popular. Vox ha conquistado a un buen número de españoles, hartos de ver cómo unas minorías separatistas, hoy aliadas con el PSOE, chulean a todo un próspero país de 47 millones de habitantes. Con todo el derecho, esos votantes decidieron responder con la papeleta más contundente que encontraron, la de los verdes. Todo indica que la formación de Abascal va a

perdurar como un vigoroso partido bisagra. Aunque tienden a los clichés facilones que todo lo arreglan, y aunque huyen de tocar poder, pues saben que los globos se desinflan al gobernar y tener que dar trigo; Vox ha prestado algunos servicios, como sus iniciativas judiciales para frenar desafueros del sanchismo. Además presentan el atractivo de ser el partido que con más rotundidad se atreve a confrontar con el separatismo y el supuesto consenso ‘progresista’. Por su parte el PP, la única alternativa real al PSOE, es una formación que sacó dos veces a España de la crisis, en faenas de mucho mérito, pero que entre la mangancia y cierta abulia ideológica fue malgastando su capital político. Hoy está en vías de reflotamiento, con unos nuevos dirigentes y merced sobre todo a la desaparición de Ciudadanos, invento del capital catalán que en abril de 2019 se situó a solo 9 escaños del PP, pero que ahora va a desaparecer, captando los populares casi todo su voto.

Vox se ha pasado años insultado al PP (la «derechita cobarde y mentirosa»). Pese a ello, Casado se cuidó al principio de cultivar una buena relación con Abascal. Pero luego se saturó de pellizcos y pasó al extremo contrario, con un discurso durísimo en la moción de censura de Vox de 2020. Desde entonces los enojados son los verdes, que sacuden con contundencia a diestra y siniestra, pero muestran una paradójica piel de melocotón cuando les toca encajar a ellos. Cada cierto tiempo amenazan teatralmente con dejar caer los gobiernos del PP que sostienen desde fuera. Pero la sangre nunca llega al río, porque existe un pegamento superior que une a PP y Vox: intentar sacar del poder a PSOE y Podemos, que con su alianza con el separatismo y sus programas de ingeniería social suponen un grave problema para la unidad de España, su concordia y su Corona. Abascal y Espinosa saben que regalar a socialistas y comunistas un gobierno autonómico sería el principio del declive.

Ahora vivimos una nueva peleíta a lo Pimpinela, a cuenta del error del PP de abstenerse en el impresentable cordón sanitario contra Abascal en Ceuta. Vox, que anda mustio en los sondeos mientras el PP se afianza, necesita foco y no ha perdido la ocasión de ponerse estupendo e insinuar una ruptura. Son estériles tormentas de verano a dos años de las generales, que solo sirven para dar cuartelillo a Sánchez.