José Alejandro vara-Vozpópuli
- Fluye el diálogo entre Zarzuela y Moncloa. Sánchez modula su guion. Ya no aspira al armiño. El Rey tampoco tiene prisas con el retorno del padre.
Pedro Sánchez ya no aspira a reinar. No quiere ser rey. Hubo un tiempo, bien cercano, en el que el presidente del Gobierno, henchido de su prepotencia arrogante, se empeñaba en arrinconar y hasta en suplantar a Felipe VI en diversos cometidos. Así, le achicaba la agenda, le vetaba desplazamientos, le apartaba a codazos en los saludos… Llegó incluso a madrugarle el avión oficial para volar a París con Begoña y ser allí recibidos por Macron y la dulce Brigitte a las puertas del Elíseo, cual si se tratara de un encuentro entre jefes de Estado.
Pues ya no quiere ser Rey. Se le ha pasado la fiebre. Tampoco se empeña ahora en ser proclamado presidente de la República. Es un anhelo al que no renuncia, cierto, y así lo comenta con gente que le es muy próxima. Siempre ha estado en eso. Al cabo, gobierna rodeado de una tribu de energúmenos que pretende derribar la Corona y devolvernos a 1931. Tribu a la que ha atendido, mimado, consentido y con la que aún comparte Gabinete o propósitos. Gestos no han faltado. Aquel pésame en el Congreso tras el suicidio entre rejas de un etarra. Esos acercamientos de encarnizados terroristas. Las puertas abiertas a los sediciosos prevaricadores. Las calles sin ley en el OK Corral catalán. Y así.
«Vagos y golfos», dicen los del PSOE. «Fascistas», responden los de Iglesias, única palabra que saben manejar como todo argumento cuando debaten de política
Los afectuosos gestos se han tornado trompadas y hasta puñadas. Los ministros de Sánchez, salvo Duque que sigue en Marte, no soportan más a los de Iglesias. Y viceversa. “Vagos y golfos” dicen los primeros. “Fascistas”, responden los segundos, única palabra que suelen manejar como todo argumento. No hubo aplauso socialista, por vez primera, a la intervención de Iglesias en la sesión de control. No hubo apoyo de la bancada de Podemos a la ‘ley Zerolo‘ que apadrina Carmen Calvo. No hubo siquiera un mísero cubierto para el vicepresidente segundo en el almuerzo del Congreso en lo del 23-F. Ese día se escucharon reproches, sutiles pero severos, de Meritxel Batet a la pandilla morada, tal y como aquí subrayó Agustín Valladolid en celebrado artículo.
Mientras se burla de la democracia española, Podemos cae. La demoscopia anuncia trompazo. Sánchez se aparta, que no le salpique. Desde el observatorio de la Zarzuela, una atalaya de privilegio para observar el movimiento de piezas en el campo de batalla, se constata con cierta sorpresa, no exenta de satisfacción, este curioso giro de Sánchez, notorio desde las elecciones catalanas. El diálogo entre la Corona y el Gobierno fluye ahora más ágil y frecuente. Sánchez ya no amaga con pretender el sitial de Felipe VI y hasta actúa con relativa contención cuando aparecen juntos. No suelta el codo ni acelera el paso. “Usted primero, Majestad”. Reprime su afán protagónico y hasta camina algo encogido.
Atacar a la Corona no es negocio
El guion ha cambiado. Aprobados los Presupuestos, superadas las urnas en Cataluña, todo es distinto. Ahora tocan vacunas y Bruselas. Atacar a la monarquía está mal visto, produce rechazo en la sociedad, subraya el CIS. Iglesias lo sabe, pero insiste. No tiene otra vía ni otra arma para seguir vivo que el agravio permanente a la Corona. Un empeño desesperado con efecto boomerang. “Dadle al Rey, que a él ya le va bien y vosotros os vais al hoyo”, claman en el contorno de Iván Redondo.
Tras una temporada gélida durante lo peor de la pandemia, los equipos de Felipe VI y de Sánchez trabajan mano a mano en el ‘affaire de Abu Dabi’. Esto es, en qué hacer con el Rey padre, varado en las arenas del Golfo desde el 3 de agosto. En Zarzuela no hay prisas por engrasar el retorno. Desconocen la profundidad del pozo negro en el que don Juan Carlos oculta sus fondos opacos. Si los hubiere. ¿Hará más regularizaciones? Nadie lo sabe, ni siquiera su hijo, que rompió los lazos filiales en marzo del pasado año, renunció a su herencia y retiró la asignación paterna. Le forzó luego a abandonar su residencia en Palacio y ‘don Emérito’, como le llama algún espíritu maligno muy próximo a la Familia, dio un portazo y se fue a rumiar su ira perdido entre las dunas. Donde sigue.
Escucha con regocijo el chamullo telefónico de amigos y amigotes que le ofuscan con disparatados consejos y le enrabietan con cotilleos de Corte. Y confección
Recibe ánimos de su hija Cristina, invadida de dolor y rencor. Y de su hija Elena, firme defensora de su hermano y de la dinastía. Escucha con regocijo el chamullo telefónico de amigos y amigotes que le ofuscan con disparatados consejos y le enrabietan con cotilleos de Corte. Y confección. De no ser tan dramático, el cuadro merecería honores de Berlanga.
La Fiscalía de doña Lola, según cuentan por los circuitos del Supremo, pretende meter en un paquete los asuntos pendientes de don Juan Carlos, básicamente tres, (las tarjetas black mexicanas, las comisiones del AVE y los fondos en paraísos) y darles carpetazo. En ninguno está imputado el Rey padre. Dos veces, comentan quienes saben, truncó don Juan Carlos la ‘operación retorno’ diseñada por Zarzuela y Moncloa para proceder a un acompasado regreso. El paseante del desierto ponía condiciones inasumibles. Ahora no hay prisas. El hijo le elogia su ‘firmeza y autoridad’ en el 23-F y mantiene la incuestionable postura. El futuro de la Institución pende de un hilo. Sánchez sigue el juego, habla de la actitud ‘incívica’ del antiguo jefe del Estado y defiende al hijo. Ha recompuesto su figura y ha modulado su imagen. Se sigue pensando un elegido por los dioses para mantenerse in aeternum en la Moncloa. Ya no quiere reinar. Tiene otros planes.