Ya sólo falta saber cuál era el objetivo

Aquí tenemos una España plural y diversa, gracias a un Estatuto que el nacionalismo hegemónico catalán nunca pidió en los 23 años de gobierno. No es que los nacionalistas de siempre no se encuentren a gusto; es que se encuentran contrariados los nacionalistas del PSC. Es la ley universal de las pistas de aterrizaje: nadie toma tierra sirviéndose de ellas. Son más bien pistas de despegue para sus constructores.

A un amigo mío, gran sofista mediante el procedimiento de no atenrse a reglas durante las discusiones, le espetó en cierta ocasión un contertulio: «No se puede razonar contigo. estás en todas las posiciones al mismo tiempo». Hay otra martingala para tener siempre razón y escapar a la dialéctica del adversario. la movilidad, lo que podríamos definir con el título de una novela de Ross MacDonald: ser el blanco móvil.

Zapatero las emplea las dos a la vez. «Conseguido el objetivo», dice el nota, y todos los medios lo convierten en titulares sin más. ¿Y cuál era el objetivo, si puede saberse? Eso, ¿a quién le importa? Durante la primera legislatura, y en lo que se refiere a Cataluña, la creación de una España plural y diversa, mucho más integrada y solidaria, dónde va usted a parar, que la España que Zapatero había recibido de Aznar. Después de lo catalán vendría lo vasco: los socialistas prepararon un proyecto de reforma de Estatuto para dar la réplica al proyecto de Estatuto Político no nato que conocimos como ‘Plan Ibarretxe’. Tengo para no olvidar el borrador que manejaba el PSE, en el que se definía a España como una ‘Comunidad Nacional’, concepto que algunos desempolvamos para mostrarlo en su desnudez: creado en los albores del siglo XX por los austromarxistas, fue aplicado por todos los fascismos del siglo XX. En los años 20 forma parte de los Estatutos del Partido Obrero Alemán, creado por Hitler El concepto lo usan Mussolini, Ramiro Ledesma Ramos y era la piedra angular de cuatro de las Leyes Fundamentales del Movimiento. 

Era una cuestión histórica: conseguir que los vascos y los catalanes vieran reconocido su hecho diferencial y encontrasen acomodo en una España democrática y autonómica, por decirlo con palabras de Zapatero: plural y diversa, plural y diversa. Los cinéfilos recordarán el comienzo de ‘Divorcio a la italiana’: la cámara muestra las calles con las paredes llenas de carteles electorales llamando al voto. En una iglesia, el cura dice desde el púlpito: «Como sabéis, amados hermanos, hoy es día de elecciones y sin pretender condicionar el sentido de vuestro voto quiero recordaros vuestra obligación de votar a un partido que sea demócrata y cristiano, demócrata y cristiano.»

Yo también he creído en una España acogedora en la que se reconocían los nacionalismos vasco y catalán. Es el error histórico de la izquierda española. Zapatero es una pieza importante en este error, pero no lo inventó él. En mayo de 1932, tuvo lugar en las Cortes republicanas el debate sobre el Etatuto de Cataluña. Confrontaron sus posiciones Manuel Azaña y José Ortega y Gasset. Azaña era un gran parlamentario y allí defendió la Cataluña a gusto en una España comprensiva y abierta. Sin embargo, el que tenía razón era Ortega: el problema catalán, a lo más que podemos aspirar es a conllevarlo, dijo. Azaña reconoce implícitamente su error en sus Diarios, concretamente en la conversación que transcribe el 29 de julio de 1937 entre el jefe de Gobierno, Negrín, y él mismo.

Pero lo nuestro es tropezar dos veces en la misma piedra y aquí tenemos una España plural y diversa, gracias a un Estatuto que el nacionalismo hegemónico catalán nunca pidió en los 23 años de gobierno pujolista, pero que hoy, gracias al genio de Maragall, al PSC y al PSOE, han hecho de él un casus belli. No es que los nacionalistas de siempre no se encuentren a gusto; es que se encuentran contrariados los nacionalistas del PSC. Es la ley universal de las pistas de aterrizaje: nadie tomatierra sirviéndose de ellas. Son más bien pistas de despegue para sus constructores.

¿Recuerdan los resultados del referéndum? Diez puntos menos en todo que el Estatuto de 1979 al que sustituyó. «Conseguido el objetivo», debió de pensar Zapatero aquel 18 de junio de 2006. Dieciséis meses antes, durante el debate en el que el Congreso rechazó el Plan Ibarretxe, el propio Zapatero dijo en la tribuna:

Alguien hablaba, el señor Erkoreka, de la historia constitucional española. No es para sacar enseñanza, al menos estaremos de acuerdo en eso. Salvo en estos últimos 25 años, nuestra historia constitucional es un recetario de fracasos, una gran página de fracasos. ¿Saben por qué? Todos lo sabemos porque todos la conocemos: porque normalmente se hicieron constituciones de partido, se hicieron normas políticas con el 51 por ciento, y las normas políticas con el 51 por ciento para ordenar la convivencia acaban en el fracaso. (Aplausos.) Esa es la diferencia, que uno puede, con toda legitimidad, gobernar con el 51 por ciento, pero para construir con legitimidad un orden político, una norma institucional básica, me da igual que sea una constitución o un estatuto político -busquemos la denominación que queramos-, no sirve el 51 por ciento. Lo que expreso en esta Cámara es que busquemos el 70, el 80, el cien por cien para una norma política institucional básica de Euskadi.

En fin, no sé si me explico.

Santiago González en su blog, 2/7/2010