Javier Caraballo-El Confidencial
- Yolanda Díaz tendría que estar avisada del ‘fuego amigo’ y de la posibilidad, más que cierta, de que Pablo Iglesias buscara con su ataque directo a Pedro Sánchez recuperar el protagonismo político de Podemos
La vicepresidenta Yolanda Díaz, líder ‘in pectore’ de una coalición a la que no pertenece, tiene que estar avisada del peligro que ella misma corre por la polémica exponencial del ministro Garzón. Si un augur le susurrara al oído, ya se lo hubiera dicho una de estas mañanas, «cuídate del fuego amigo, Yolanda Díaz». No de las trampas de los adversarios en la derecha, ni siquiera de los desplantes de los socios de coalición, sino de las balas que salen de sus propias filas, las del fuego amigo en las que también se ocultan las ‘vendettas’ más cobardes, las más disimuladas. Por eso, para empezar, lo primero que debe saber la vicepresidenta, y todo aquel que pretenda desentrañar lo que está ocurriendo, es que las polémicas del ministro de Consumo, Alberto Garzón, son como las tartas de varios pisos, sobre la controversia primera, ya sedimentada, se levanta otra, y otra, hasta la guinda final que puede ser cualquier cosa.
El origen de todo puede haber sido insustancial, la simple torpeza de un ministro simple y torpe, pero su propio carácter lo convierte todo en exponencial, siguiendo las estrictas leyes de la estupidez humana de Carlo Cipolla; una tentación que nadie resiste, en la que todos quieren participar. Mucho menos en la política española, ansiosa de barro y de circo. En ese contexto, la única prevención que debe adoptarse al analizar lo que tenemos delante es no perder de vista nunca que todos los actores políticos que intervienen en la polémica, en cualquiera de los pisos de la tarta, lo hacen por interés propio, con un fin político determinado, espurio muchas veces.
Los primeros que se apuntaron a la campaña fueron los dirigentes del Partido Popular, a partir de que una revista del sector, ‘Cárnica‘, destacase ocho días después un titular que ni siquiera el periódico británico que hizo la entrevista consideró interesante, como ya se expuso aquí mismo: Garzón es un ministro achicharrado y su presencia en un debate es garantía de que todo acabará desvirtuándose, incluso aquellas ideas o propuestas que sean sensatas, razonables y compartidas por muchos otros. Seguir dándole vueltas a si el ministro dijo o no dijo carece ya de sentido porque, entre otras cosas, el aluvión de estos días nos ha aportado una cantidad ingente de información, no solo sobre la controvertida entrevista, sino sobre la realidad del sector agrícola y ganadero de España, sus defectos y su potencialidad. La polémica ganadera se queda en el primer piso de la tarta, de la misma forma que se ha quedado en otro estrato distinto la utilización electoral de esta polémica por parte del Partido Popular para sus intereses en las próximas elecciones de Castilla y León.
Lo que vino después —otro piso más— es la tensión interior en el Gobierno de coalición del PSOE y de Unidas Podemos, que es la que puede acabar afectando a la vicepresidenta por su impotencia para poner orden entre los suyos, como veremos ahora. A pesar de que algunos barones regionales del Partido Socialista, como Javier Lambán, habían solicitado abiertamente la dimisión de Alberto Garzón, en modo alguno cabía esperar que esa misma exigencia la secundara ningún otro portavoz socialista de la Ejecutiva Federal y, menos aún, del Gobierno de España. Como ha sucedido en ocasiones anteriores, en otras polémicas simétricas protagonizadas por el ministro de Consumo, el presidente Pedro Sánchez deja pasar los días y, si el incendio no remite, intenta aplacarlo con una declaración genérica de apoyo al sector económico afectado, turístico, agrícola, hostelero o ganadero, pero sin descalificar al ministro cuestionado y, mucho menos, amagar con su destitución.
Esta vez ha ocurrido lo mismo, solo que en vez de repetir lo que ya dijo en julio de 2021 (“A mí, donde me pongan un chuletón al punto… Eso es imbatible”), optó por una reprimenda igual de tangencial: «Como presidente del Gobierno, quiero expresar mi lamento sobre una polémica y creo que con eso lo estoy diciendo todo». Luego, volvió a destacar la importancia del sector ganadero en España y añadió: “El Gobierno se expresa en el BOE, en sus políticas, en los acuerdos que logra con el sector”, dijo Sánchez este lunes pasado. De forma significativa, este es el mismo argumento que, ese mismo día, había utilizado su vicepresidenta Yolanda Díaz: “Los gobiernos hablan con los documentos y la posición del Gobierno de España está en la Agenda 2030, que es clara”. Luego añadió una cosa más: “Pediría que cuidemos la coalición, que seamos cuidadosos con nuestras palabras”.
En ese instante, es donde comienza el ‘fuego amigo’ dentro de la coalición de Unidas Podemos, que Yolanda Díaz lidera de forma etérea, sin poder orgánico, y que no puede controlar. Es el líder espiritual de Podemos, Pablo Iglesias, que se marchó del Gobierno y del mando orgánico pero pretende seguir imponiendo la estrategia desde sus tribunas de prensa y de radio, el que rompe la baraja y señala, directamente, al presidente del Gobierno: “Ha cometido un error muy grave [al no apoyar a Garzón] y le va a pesar”.
La amenaza directa a Pedro Sánchez es la que, a su vez, provoca en el PSOE un cambio de estrategia: el ministro Luis Planas, hasta entonces callado, se vuelca contra Garzón en Onda Cero, con Carlos Alsina, y el grupo parlamentario socialista recibe órdenes para amagar con una comparecencia del ministro en el Congreso. Enfrente, el portavoz Pablo Echenique y la ministra y secretaria general de Podemos, Ione Belarra, secundan la advertencia de Pablo Iglesias, sin atender a las constantes reclamaciones de la vicepresidenta Yolanda Díaz de implantar en la coalición una estrategia distinta y alejarla de la confrontación, de la crispación agria. “Mi estilo quizás es otro”, ha vuelto a decir otra vez. Por eso, Yolanda Díaz tendría que estar avisada del ‘fuego amigo’ y de la posibilidad, más que cierta, de que Pablo Iglesias buscara con su ataque directo a Pedro Sánchez recuperar el protagonismo político de Podemos, imponer a la vicepresidenta la estrategia política a seguir y recordarle que ninguno de los escaños que tiene en el Congreso son de su propiedad.