Más allá de la necesidad del recorte y de sus contenidos, las críticas conservadoras aciertan en dos puntos: que este cambio de rumbo brutal habría debido realizarse de forma progresiva conforme se definió hace ya tiempo la lógica interna de nuestra propia crisis; y que esto significa el fracaso rotundo de una política económica, el naufragio de un liderazgo.
Los comentarios sobre las medidas de excepción económicas anunciadas el miércoles por el presidente Zapatero se dividen por partes iguales, y según preferencias, entre las afirmaciones de que por fin ha hecho lo que tenía que hacer, con tonos patronales exultantes, y los certificados de fallecimiento extendidos para su política económica. Las primeras, enunciadas por sus defensores habituales, insisten en algo evidente: la posición económica de España en Europa era insostenible y había que proceder a un recorte inmediato del gasto público. Gracias al puñetazo sobre la mesa de Angela Merkel y a la labor de buen samaritano desempeñada por Obama, así se ha hecho. Zapatero puede presentarse ante la opinión del modo que siempre prefiere, como hombre cargado de buenas intenciones que, si rectifica con costes para los españoles, no es por iniciativa propia, sino porque le han forzado desde fuera. Y nadie más apropiado que Obama para envolver el vuelco de la política económica en el celofán del prestigio internacional.
Lo más sorprendente en el discurso de Zapatero en el Congreso no es, pues, el anuncio de drásticas medidas de reducción del gasto público, sino la valoración que el presidente hace de su política desde que se iniciara esa crisis cuya inexistencia declaró inicialmente. «A lo largo de estos veinte meses -nos cuenta-, el Gobierno ha mantenido un comportamiento coherente. Adaptó sus decisiones a las características de cada momento». Y no hay más que hablar. Es ZP en estado químicamente puro. No se gobierna tratando de analizar una realidad grave para proporcionar una respuesta política eficaz, sino que se va viendo en cada momento cómo atender a las necesidades transitorias que surgen una tras otra. Si los indicadores económicos empeoran, por la crisis del ladrillo, explica, hay que incrementar el gasto público a efectos de reactivar la economía (aunque eso dispare la deuda). No admite que hubiera un proceso endógeno que atender o que sus medidas fueran a contracorriente de Europa. Al revés, España hizo lo que los demás, ya que la tormenta económica se desarrolló a escala internacional. Como siempre, todo se salva por su buena intención: hicimos «lo más beneficioso para los intereses generales». Toda una demostración de incompetencia en el plano económico y de voluntad de sustituir la exposición de una realidad desfavorable por la imagen positiva de sí mismo.
En la triste realidad, una vez que fracasó el intento desesperado de negar la crisis con todos sus fieles convertidos en repetidores del mensaje de la ‘desaceleración’ irrelevante, fueron casi dos años de ensayos sucesivos y de medidas fundadas sobre la estimación de que la crisis era un malestar pasajero y de que antes o después las locomotoras económicas de la Unión Europea acabarían arrastrando a sus furgones de cola. No hace muchas semanas aún que la ministra Salgado mostraba su confianza en que la ayuda europea no iba a faltar, mientras Zapatero se comprometía a ayudar a la pobre Grecia -vamos a contribuir casi con la mitad de euros que Alemania- y reiteraba sus declaraciones sobre «indicios» de mejoría en España.
Pero como no es admisible que un país se hunda por la gestión obstinada de un Gobierno incompetente, Europa ha intervenido, obligando a Zapatero a dar un giro copernicano, desde el ‘no’ rotundo a la reducción ‘drástica’ tras la entrevista con Rajoy al volantazo del miércoles. Autocrítica, ¿para qué? En realidad, según dijo ante el Congreso, el hachazo al gasto se debe a la decisión de atender un objetivo «necesario en el momento presente, el de contribuir con nuestra estabilidad financiera a la estabilidad financiera de la zona euro». Altruistas que somos.
Por eso, más allá de la necesidad del recorte y de los contenidos del mismo, las críticas conservadoras aciertan en dos puntos: primero, este cambio de rumbo brutal habría debido realizarse de forma progresiva conforme se definió hace ya tiempo la lógica interna de nuestra propia crisis, y quedaron de manifiesto los resultados negativos respecto de nuestro entorno europeo, buscando la concertación y no el populismo (añadiríamos) y, segundo, esto significa el fracaso rotundo de una política económica, «el naufragio de un liderazgo», según un conocido crítico.
Sobre este último aspecto, las cosas no son tan seguras. Una vez más, la urgencia del presente ha permitido a Zapatero esconder su enorme responsabilidad personal, pasando a reclamar la unión sagrada. No es Gordon Brown: nunca dimitirá salvo forzado inexcusablemente a ello. Sigue midiéndolo todo por el rasero de su interés para conservar el poder. Hipótesis malintencionada pero no carente de base: desde este enfoque sería incluso explicable su ausencia en la Fiesta de la Rosa; ante todo cuenta el apoyo necesario del PNV en Madrid y no hay que incomodarle. En la reducción del gasto, golpea a los que peores defensas tienen, funcionarios y pensionistas. Antes fue con aire de musical, ‘Crisis, ¿qué crisis?’. Ahora, fracaso, ¿qué fracaso? De momento, el de un PSOE que debería a estas alturas contar con un relevo necesario en el vértice, para evitar la poco agradable perspectiva de una victoria del PP en las futuras elecciones.
(Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político en la Universidad Complutense de Madrid)
Antonio Elorza, EL DIARIO VASCO, 14/5/2010