- El yihadismo recogió el testigo del terror transfronterizo. España dejó de ser escenario de pugnas ajenas y sus ciudadanos ocuparon la diana
Aquel atentado inauguró la historia del terrorismo transfronterizo en España. Desde entonces, al igual que el resto de Europa occidental, nuestro país fue utilizado como escenario de las acciones de organizaciones nacionalistas de tendencia laicista e izquierdista originarias de Oriente Próximo. Buscaban dar publicidad a su causa, perjudicar a estados como Israel y Turquía, presionar a otros gobiernos y deshacerse de adversarios y disidentes.
Dos años después se produjo la primera víctima mortal. En enero de 1973 un pistolero de Septiembre Negro asesinó en Madrid a un agente del Mosad, Baruch Cohen. Los atentados se sucedieron. A consecuencia del contexto internacional, de la debilidad de la joven democracia española y de la reducida efectividad de las FCSE, el punto álgido de este tipo de violencia coincidió con la Transición. Pese a que la mayoría de los casos siguen sin resolver, sabemos que detrás había grupos palestinos como Fatah-Consejo Revolucionario. En marzo de 1980 uno sus integrantes, que sería arrestado, acabó con la vida del empresario de raíces vitorianas Adolfo Cotelo Villarreal, a quien había confundido con su vecino Max Mazin. En nuestro territorio también operaban bandas venidas de aún más lejos, como el Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia, responsable de tres muertes.
El balance del terrorismo internacional de corte preyihadista arroja un saldo en España de 13 asesinatos y varias decenas de heridos entre 1971 y 1985. Se trata de cifras considerables, pero que pasaron desapercibidas durante los ‘años de plomo’ protagonizados por los Grapo, la ultraderecha y, sobre todo, las distintas ramas de ETA.
Según avanzaba la década de los 80 la actuación de estas organizaciones laicistas se fue haciendo más esporádica, pero el yihadismo recogió el testigo del terrorismo transfronterizo. Se diferenciaba de la anterior oleada por su inspiración religiosa y su preferencia por los atentados indiscriminados: España ya no era simplemente un campo de batallas ajenas, sino que se había colocado en la diana a sus ciudadanos. Es lo que sucedió en la hoy casi olvidada matanza del restaurante El Descanso (Madrid) en abril de 1985. Hubo 18 fallecidos y 84 heridos. Fue reivindicada tanto por la palestina Waad como por la libanesa Yihad Islámica, que ya había cometido varios crímenes. Esta última es la opción más probable.
Los yihadistas asesinaron a compatriotas fuera de nuestras fronteras en ciudades como Marraquech (agosto de 1994), Nueva York (11-S) o Casablanca (mayo de 2003), pero aparentemente solo utilizaban España para captar voluntarios y recaudar y blanquear fondos. El espejismo se esfumó en 2004. El 11-M, una célula vinculada a Al-Qaida perpetró los atentados más brutales de la historia reciente, que dejaron 192 fallecidos y 1.841 heridos. Los ataques de Barcelona y Cambrils de agosto de 2017, obra de yihadistas ligados al Estado Islámico, acabaron con la vida de 16 personas y provocaron lesiones a otras 109. Desde El Descanso hasta este mismo año, en el que han sido asesinados dos periodistas españoles en Burkina Faso, el yihadismo ha causado un total de 290 víctimas mortales y 2.036 heridos. Solo ETA le supera en letalidad.
El terrorismo internacional continúa siendo la principal amenaza a nuestra seguridad. Gracias a los cambios estructurales, los ajustes legislativos y la experiencia adquirida en la lucha contra ETA, la labor de los servicios de Inteligencia y las FCSE se ha ido perfeccionando con el tiempo. Según el Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo, solamente en lo que llevamos de año se han efectuado 14 operaciones contra redes yihadistas, en las que se ha detenido a 25 sospechosos.
El CNI y las FCSE han evitado que haya nuevos atentados. A su vez, las instituciones han puesto en marcha proyectos para concienciar a los más jóvenes e impedir los procesos de radicalización, como las unidades didácticas que ha elaborado el Centro Memorial para que se impartan en las aulas. No obstante, el problema nos incumbe a todos. Si como individuos desterramos los discursos del odio de nuestro entorno y de las redes sociales, donde ahora campan a sus anchas, dejaremos al terrorismo sin combustible. Ayudar a desactivarlo está en nuestras manos.