SERGI DORIA – ABC
· Miró no quiso hacer una intocable pieza de museo, sino un arte que se ensuciara de realidad. Y la realidad, por desgracia, incluye también la violencia y la muerte del 17-A
Escribo estas líneas justo antes de la manifestación de ayer mientras observo el mosaico del Pla de l’Ós cubierto de memoria. Una aclaración para los de las pintadas de odio al turismo. Joan Miró quiso dedicar a quienes visitan Barcelona los tres monumentos que regaló a la ciudad: el mural de la terminal del aeropuerto daba la bienvenida a los que llegaran por aire; el mosaico en la Rambla para quienes llegaran por mar y la estatua «Dona i Ocell» –destinada a la Gran Via y ubicada en 1983 en el Parc de l’Escorxador– para los que arribaran por vía terrestre.
Desde su inauguración en 1976 el mosaico cumplió con la función urbana que le atribuyó su creador. Millones de paseantes han pisado ese círculo que nos remite a la iconografía eterna de la universalidad con los colores básicos del arte mironiano. Cuando en 1977 el artista vio la obra que el ceramista Gardy Artigas realizó con seis mil piezas de terrazo, observó la reacción de la gente al pasar y pisar su mosaico. Se cuenta que un paleta torció el gesto y le dijo que las losetas estaban mal colocadas: «¡No sabe lo que me costó convencer a los operarios para que pusieran de forma irregular estas piezas!», respondió el artista. Miró no quiso hacer una intocable pieza de museo, sino un arte que se ensuciara de realidad. Y la realidad, por desgracia, incluye también la violencia y la muerte que asoló Barcelona el 17-A.
Desde ese día infausto, y sumergido en un mar de flores, velas y exvotos de paz, el mosaico del Pla de l’Ós ya es un memorial de las víctimas del terrorismo. Un terrorismo de asesinos en serie que Barcelona recordó el 19 de junio pasado: treinta aniversario de la matanza de Hipercor. Pero el terrorismo que ahora nos alcanza es una guerra global entre los Derechos Humanos y el yihadismo. Un yihadismo que no conoce fronteras y profana la libertad allí donde puede o le apetece. Y esa siniestra dimensión universal va a dejar pequeños muchos contenciosos locales. El 11-S de Nueva York y el 11-M de Madrid supusieron, también, el declive de los etarras y su pomposo Movimiento de Liberación Vasco.
Parecía imposible después de tantos años de dolor y casi mil víctimas del cáncer vascongado. Pero el crimen, como la estupidez, nunca caduca y no sabe de límites. París, Londres, Bruselas, Niza… Y Barcelona, y Cambrils, y Alcanar, y Ripoll. Hasta las vísperas del jueves negro, el monotema era el dichoso Procés, el «soma» con el que el nacionalismo nos intoxica diariamente. Con el atentado yihadista nos dimos un terrible baño de sangre, sudor y lágrimas. Desde ese momento, la palabra independencia suena ahora más arcaica y obsoleta que nunca. Acabamos de entrar, aunque Puigdemont, Turull, Forn y compañía sigan entonando el absurdo lema del Nosaltres sols!, en el planeta de la interdependencia.
Ha llegado el momento de retirar esa mala imitación de la bandera cubana que llamamos «estelada»; de reunir, sin prejuicios, la senyera –auténtica bandera de Cataluña– con la española y la europea. Y, también, de darnos un homenaje con la enseña de Barcelona, demasiado olvidada. Las cosas no serán igual después de la tragedia. Los de Nosaltres sols! (nosotros solos) seguirán con sus peroratas, pero los hechos, aunque a ellos les parezcan tozudos y españolistas, obligan a cambiar de estrategia. Los errores y los aciertos en materia de terrorismo ya no serán españoles o catalanes, sino europeos, americanos, chinos o indios. Las policías y los ejércitos habrán de estar más conectados que nunca. El sueño de Cataluña Arcadia feliz se acaba.
Una educadora social se preguntaba en tono naif qué se había hecho mal con los jóvenes que acabaron siguiendo a un imam que les prometía la muerte. Durante demasiados años se creyó que hablar catalán bastaba para integrarse… Y si nos descuidamos nos desintegran.
La paradoja de Ripoll, domicilio de los criminales yihadistas debería servir de lección. El 11 de septiembre de 2013, Artur Mas celebró en Ripoll, «capital cultural de Cataluña», el acto institucional de la Diada. El President con vocación de Moisés hizo una ofrenda floral en la tumba de Wifredo el Velloso, hubo concierto de «Música per la llibertat» con la participación de los Pedrenyalers i Trabucaires. Se colgó una estelada frente al monasterio de Santa Maria, Òmnium Cultural organizó una Marcha de Antorchas y una «Vetlla per la Independència·. A eso se dedicaron muchas energías y recursos en el último lustro. Y el imam El Satty reclutando asesinos.