IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

  • La misión de la AIReF de vigilar las actuaciones públicas en materia financiera se estrella contra el interés del Gobierno, ante la apatía ciudadana

Fíjese si estaré fuera del mundo que la noticia de la semana que más me ha interesado es la que menos interés ha suscitado en los medios y, aún menos, entre la población. Me refiero al informe publicado por la AIReF, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal. De este organismo me gusta todo, salvo el acrónimo, que es feo e irrepetible y necesito repasarlo cada vez que lo escribo. Pero confiese que es bonito que en su nombre figuren cosas ya olvidadas como la ‘a’ de autoridad, la ‘i’ de independencia y la ‘r’ de responsabilidad. Una autoridad independiente del poder político que vigile la responsabilidad de las actuaciones públicas me parece un objeto precioso que deberíamos mimar. Por más que la autoridad esté sometida a reglas y condicionantes; por más que la independencia sea siempre algo relativo y por más que la responsabilidad sea una virtud muy difícil de imponer, solo el hecho de intentarlo me alegra el alma. Una alegría que se convierte en gozo desatado cuando leo su misión: Garantizar el cumplimiento efectivo del principio de sostenibilidad financiera por las Administraciones Públicas.

A partir de ahí, la alegría se torna en desesperanza al comprobar que su misión se estrella contra el interés del Gobierno, ante la apatía ciudadana. Al primero no le interesa practicar la responsabilidad financiera en las cuentas públicas, porque eso le permite mantener sus políticas de ‘contento’ social, basadas en el reparto de dinero a manos llenas para solucionar problemas que, asegura, las personas individuales no pueden hacerlo. Así, claro, se desincentiva la iniciativa privada, se crean grandes dependencias y dependientes de lo público y se habilitan todo tipo de organismos para canalizar las ayudas y colocar a los ‘family&friends’ afines a los partidos que ejercen en cada momento el poder.

En España, las cuentas públicas evolucionan mal. Los déficits crecen y la deuda acumulada aumenta. No es una realidad que afecte solo a este Ejecutivo. Le he contado muchas veces que los gobiernos de Rajoy batieron todos los récords de incremento de deuda. Lo cual no le evitó ser acusado hasta el escarnio por las izquierdas, autodenominadas progresistas, de encarnar todos los males de los ajustes, que en realidad resultaron insuficientes, y los recortes, que fueron casi inexistentes.

Al Gobierno no le interesa practicar la responsabilidad financiera porque así puede mantener sus políticas de ‘contento’ social

Ahora, en el último cuarto de hora, las cosas han mejorado de manera apreciable, pero la propia AIReF califica esa mejora de ‘cosmética’, ya que es un espejismo coyuntural. Los ingresos suben por el efecto de la inflación y la injusticia que supone negarse a deflactar los tipos. El Estado se forra con el látigo de las subidas de los precios de la energía, que acogotan a las empresas, y de la cesta de la compra, que agobia a los ciudadanos. Pero, mientras ese incremento de los ingresos debería ser coyuntural -si hacemos caso del propio Gobierno, que asegura que la inflación es puntual y no será duradera-, el incremento del gasto corre el riesgo de convertirse en estructural.

Observe el caso del empleo público, responsable de dos terceras partes del crecimiento total del empleo creado en el país durante la pandemia y que ha llevado al récord histórico el número de cotizantes a la Seguridad Social. ¿Será también coyuntural el gasto implícito de sus nóminas (lógicamente, también bate récords históricos) o se convertirá en estructural, como advierte la AIReF? ¿Cuál es su apuesta? Gracias, coincide con la mía, así que repartiremos el premio… El informe habla de la posibilidad de que el déficit se enquiste en el 3% -un nivel que puede desatar la intervención europea, cuando la ‘responsabilidad’ retorne a la Unión Europea-, y la ratio de deuda/PIB sobrepase el 140%. Un nivel que da miedo con solo pensarlo.

Tranquilidad, al Gobierno no le da miedo. A los que, por edad, no vamos a pagar el descosido no nos interesa y los que apechugarán con él están despistados con otras cosas más urgentes, aunque dudo que más importantes. En resumen, no pasa nada.