Colau, casta y chusma

LIBERTAD DIGITAL 23/02/16
PABLO PLANAS

Parapetada tras su club de fans, Ada Colau está en el postureo de los poemas guarros, la república de salón y el amejoramiento de los fueros de okupas, manteros, lateros y proxenetas. A los primeros, les paga la luz. A los demás, la licencia para campar a sus anchas. Los vecinos del Raval se quejan del mercadeo sexual a plena luz. Los de la Barceloneta, de que los turistas siguen orinando en el balcón y dicen que llueve. Los de Barcelona en general, de las trabas municipales contra cualquier actividad que no sea ilegal.

Colau no ha hecho nada pero muchas cosas han cambiado en Barcelona. Los «okupas» son ciudadanos de primera, alta sociedad, gentes de creciente prestigio en plan «usted no sabe con quién está hablando, yo soy registrador de la propiedad». Igual sucede con los «emprendedores» de la calle, que hacen lo que hacen porque la sociedad es injusta y es más triste trincar que trapichear, un poco de comprensión por favor, barato, barato. Para esa pícara legión, Colau es Santa Ada, mamacita jefa. Ni en sueños se hubieran imaginado una ciudad tan «friendly» para los sinpas de sin pagar, no de sin papeles.

En los barrios altos se celebra que la alcaldesa retire el busto de Juan Carlos del salón de plenos, invite a sus amigas a recitar marranadas, visite a las clarisas pero se cisque en el obispo y mande a su tucumano Pisarello, el cerebro en la sombra, a revisar el callejero, como en Madrid. En los barrios de siempre, Colau es sinónimo de decepción. Sí, irrita a la derechona, mosquea a los separatistas y es como la protagonista de un culebrón titulado «Ahora mandamos nosotros», pero ya no va en Metro.

Su punto fuerte es gestionar emociones, no el día a día de la segunda administración municipal de España. La huelga de los trabajadores de los Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB) es la prueba de cargo. El suburbano ya le pilla muy lejos. De hecho nunca fue su medio de locomoción preferido. Ni tampoco el autobús. Ir en Metro es ahora lo que el precio de los garbanzos en tiempos de Fraga, un tópico relativo a la cercanía de los pijos con los pringaos, de la empatía de la casta con la chusma. Colau va en Metro, qué enrollada. Falso. Va en coche con chófer, perspectiva desde la que la huelga de los trabajadores de TMB le parece «legítima, pero desproporcionada» en pleno congreso de los teléfonos móviles. Como patrona y encargada, la alcaldesa es partidaria de la disciplina inglesa contra los curritos. De entrada, ha filtrado que son unos bienpagaos que no pegan brote. Poca broma con Colau. Sin complejos, no como la derecha.