Juan Carlos Girauta-ABC

  • Esta izquierda debería limitarse a sus debates de bar de facultad y dejar las cosas serias para los especialistas

La izquierda española ha descubierto la antipsiquiatría con medio siglo de retraso. En lo intelectual van despacito. Nuestros asilvestrados ostentan a menudo titulaciones universitarias peregrinas, bien porque no sirven para trabajos de verdad -los que crean valor-, bien porque de joven uno anda desorientado. A cierta edad, y sin responsabilidades, todo tiene un pase. Pero con mando y presupuesto se convierten en un peligro público y se sacan de la manga leyes que resucitan errores superados. Hubo en tiempos coloridas amalgamas de marxismo y psicoanálisis, vistosas excrecencias del seudoconocimiento posmoderno que se dieron de bruces con la realidad cuando se llevaron a la práctica clínica.

El pastiche teórico lució muy lindo en las viejas revistas de pensamiento mientras la extrema izquierda europea gozó de algún prestigio, allá por los sesenta y los setenta. En aquel tiempo, algunos médicos y psicólogos vieron un filón en la frivolidad del lector occidental. Hoy eso ya no existe porque los libros se compran para regalar, y a menudo no los lee ni su supuesto autor. Pero durante unos años tuvo su gracia entretenerse, qué sé yo, con los ‘Psicoanálisis de los cuentos de hadas’, de Bruno Bettelheim. Autor de culto hasta que se conoció que todo en él había sido fraude. Claro que los que llegan ahora a su lectura -o a la de las solapas de sus nocivas y mendaces obras-, ese pelotón de cola de nuestra izquierda, tan pedante como ignorante, se enterarán de quién era Bettelheim allá por el 2050. No les metan prisa.

Como fuere, en cuanto te adentres en el florido campo de la psiquiatría de oídas te encontrarás con que los listillos de turno luchan contra monstruos que ya no existen y critican con su habitual indignación prácticas que ya no se realizan. Se quedaron en el nido del cuco. Algo muy habitual en nuestras gentes de progreso. Vamos a ver. Si los sindicatos siguen operando sobre la premisa de que existen intereses contrapuestos entre dos clases sociales que desaparecieron, los diletantes de tres al cuarto que engrosan las filas de los cargos institucionales de la izquierda en esta era vacua e iletrada combaten asimismo a fantasmas extintos. Y disparan a bulto.

Pretenden que un psicótico en plena crisis no pueda ser tratado sin su autorización, cuando lo propio de esas patologías es la pérdida del sentido de realidad y, a menudo, la convicción de que quien te está empujando al abismo es tu amigo y quien vela por tu bien es tu enemigo. Si no recobras el juicio no eres libre, no eres responsable. Carece de cualquier sentido atenerse a las decisiones del enajenado. La gestión de los trastornos mentales es terriblemente difícil. El enfermo que precisa ingreso y tratamiento no será consciente de tal necesidad. Esta izquierda debería limitarse a sus debates de bar de facultad y dejar las cosas serias para los especialistas.