El lastre

Ignacio Camacho-ABC

  • Sánchez ha convertido la campaña andaluza en una reválida interpuesta. Sus mensajes son un alegato de autodefensa

Una de dos, o Sánchez está muy desesperado o sus asesores le están diseñando una campaña infame. Caben a la vez las dos posibilidades, incluso una tercera, la de que sea él quien conozca mejor a sus votantes y por tanto esos brochazos de simpleza le sirvan para evitar la presentida catástrofe. Pero lo que dicen las encuestas -hoy la de GAD3, por ejemplo- es que casi la mitad del electorado socialista lo considera un lastre y que dos tercios de los andaluces creen que su compañía y su imagen perjudican a Espadas en vez de ayudarle. Que se ha convertido en una rémora, un factor disuasorio, un chicharro cuya presencia no sólo no contribuye a eludir el batacazo sino que corre el riesgo de restar apoyos al candidato.

Que el presidente constituye ahora mismo un obstáculo en el esfuerzo, ya de por sí problemático, de levantar la previsión de un mal resultado. Que la marca sanchista va cuesta abajo y extiende a su alrededor una impronta de fracaso.

Es cierto que el exalcalde de Sevilla, elegido líder regional del PSOE hace poco tiempo, sufre un severo déficit de conocimiento, sobre todo en la mitad oriental, y que por ello le conviene en teoría el aval de un Gobierno que cada semana desembarca en la campaña a varios de sus miembros. Sin embargo, el valor que ese empeño pueda aportar en términos de popularidad o realce se pierde en un efecto negativo de arrastre por cuanto envuelve a Espadas en la misma aureola de desgaste que hoy por hoy rodea todo lo que el Ejecutivo tenga a su alcance. En el primer debate, el aspirante no supo o no quiso contrarrestar las invectivas que sus rivales proferían contra la gestión de Sánchez. Era consciente de que se trataba una trampa sin vía de escape y prefirió obviar los ataques en un silencio vergonzante que retrata la mayor de sus debilidades: es vulnerable a la simple mención de los acuerdos con Bildu y los separatistas catalanes.

Sucede que la estrategia del presidente persigue otro objetivo. No está peleando por el poder en la Junta, que sabe casi imposible, ni por un papel digno de su partido, sino por sí mismo. Su interés principal en estos comicios consiste en preservar su propio capital político, que muchos -incluidos sus socios- empiezan a dar por perdido. Ha asumido el protagonismo a modo de plebiscito para dar a todos los que dudan de él una demostración de resistencia e instinto. Más allá de las diatribas de repertorio contra la derecha, sus mensajes no hablan de Andalucía ni ofrecen remedios a sus problemas: son un alegato de autodefensa sobre sus decisiones sobre la cuestión energética, los impuestos, la inflación o últimamente el conflicto con Argelia. No habla del PP como Gobierno andaluz sino como oposición, que es lo que le molesta. Y así ha hecho del 19-J una reválida personal interpuesta. Si la suspende, y lleva trazas de suspenderla, no podrá escudarse en responsabilidades ajenas.