El muro de la vergüenza de Madrid Street

EL MUNDO 14/01/13

En Belfast, 99 «líneas de la paz» acallan la guerra diaria entre católicos y protestantes.

En Belfast hay una calle que se llama Madrid y que acaba abruptamente en el muro de Berlín. El paredón consiste en una parte de ladrillo, más otra de hierro y otra de acero. Mide más de siete metros de alto y está rematado con pinchos y alambradas. Su objetivo no es sólo impedir que la gente salte de un lado a otro, sino también evitar que se lancen adoquines, clavos y bombas caseras de petróleo. Lo llaman «línea de la paz», por no llamarlo el muro de la vergüenza. Sirve para separar a protestantes y católicos…

El este de Belfast amaneció ayer con coches quemados, cristales rotos y restos de los adoquines lanzados contra la policía. En el paisaje desolado de después de la batalla se levantaban inmutables los muros, parientes no muy lejanos de los de Gaza y Cisjordania, con ese aire lacerante de campo de concentración, bombardeados por grafitis en honor de los lealistas encapuchados del Ulster o de los mártires republicanos del IRA. Tanto monta.

La capital de Irlanda del Norte está literalmente emparedada con muros divisorios como éste de la calle de Madrid. Según el último recuento, las tapias de la vergüenza llegan ya a 99 y se han multiplicado precisamente desde el Acuerdo del Viernes Santo (¿y a esto lo llaman paz?).

La policía, que el sábado sufrió 29 bajas por agresiones, asegura que la ciudad estaría en guerra permanente sin las «líneas de la paz». Los taxistas te llevan de cabeza a las fortificaciones contra las que los vecinos estrellan su impotencia y su ira, principal atracción turística de la sangrante Belfast.

El muro de la calle de Madrid queda un poco a trasmano y no está incluido en los tours. Está al otro lado del río Lagan; o sea, en el violento este. Son 6.000 los católicos confinados en el barrio de Short Strand, esta especie de gueto urbano de ladrillo triste, frente a 60.000 protestantes que les recuerdan que viven de prestado en zona lealista.

No hay un alma en Madrid Street un domingo por la mañana. A nuestro paso se escuchan voces lejanas, postigos que se cierran, el ladrido de un perro. Sale por fin a nuestro paso un hombre entrado en años que ha salido a fumarse un pitillo. Estamos en el número 123, a los pies del imponente muro.

«Es verdad que impone a primera vista, pero desde que lo levantaron nos sentimos más seguros y protegidos», reconoce Phil Fermanagh, albañil jubilado, presto en enseñarnos los impactos de los clavos que frecuentemente llovían sobre su casa…

«Ahora por lo menos podemos dormir tranquilos y no ver a diario peleas en las calles, ni escuchar tiros por las noches. Yo mismo me he llevado unos buenos puñetazos en el barrio, sobre todo cuando era joven. Sé que no es muy católico, pero crecimos odiando al vecino, y viceversa. Madrid Street fue una de las zonas más calientes durante The Troubles (los problemas, la época más conflictiva del Ulster). Aunque no lo sé, seguro que si preguntas en el otro lado te cuentan otra historia».

Para llegar «al otro lado», al vecindario protestante, hay que recorrer el medio kilómetro de muro a lo largo de Bryson Street y persignarse ante la iglesia de St. Matthews (escenario de la famosa batalla entre católicos y protestantes que se cobró dos muertos y decenas de heridos en 1970).

«Loyalist East Belfast», leemos en el mural desde el que nos vigilan los verdugos de la Asociación de Defensa del Ulster, persiguiéndonos allá donde vayamos con los cañones de sus fusiles pintados. Por todos los lados, una borrachera incesante de Union Jacks ondeando al viento…

«Es un insulto lo que han hecho con la bandera y por eso nos manifestamos», reconoce Heather Murray, 37 años y vecina de Susan Street, al otro de lado del muro. «Lo que ocurrió el sábado fue por culpa de la policía, que no dejó a nuestra gente volver a nuestras casas. Yo no estuve allí, fue mi marido. Tengo dos hijos pequeños y me da miedo salir a la calle con todo lo que está pasando. La policía no hace más que provocarnos. Es el mundo al revés: se han vuelto contra nosotros».

Como el 68% de los protestantes de Belfast, Murray reconoce que no se habla con sus vecinos católicos. «Vivimos en dos mundos distintos, queremos un futuro distinto para el Ulster y creemos en otras cosas», admite. «Aunque en el fondo pienso que le rezamos al mismo Dios y que alguna vez escuchará nuestra plegaria».

EL MUNDO 14/01/13