Luis Ventoso-ABC

  • Lo que explora Podemos contra la libertad de empresa es nocivo e inconstitucional

Una cita apócrifa atribuida a Churchill, tan buena que merecería ser suya, reza así: «Si a los 25 años no eres socialista, no tienes corazón. Pero si a los 35 no eres conservador, es que no tienes cerebro». Las personas nos decantamos pronto por una visión liberal o igualitaria de la vida. La pulsión juvenil más habitual es simpatizar con el lema justiciero de quitar a los ricos para dar a los pobres. Pero si observas tu entorno sin orejeras apriorísticas pronto descubres que eso no funciona. Recuerdo en mi adolescencia coruñesa a un pariente político, fogoso sindicalista, que trabajaba en los talleres de una empresa que empezaba a despuntar. El hombre se pasaba el día rajando contra «la explotación»

que allí imperaba, hasta que pidió el finiquito y se largó. Un lustro después, se había convertido en una especie de funcionario de su sindicato, del que vivía, y continuaba con sus diatribas de lucha de clase. Mientras tanto, el presunto explotador, un tal Zara, comenzaba a convertirse en la mayor fuente local de empleo. ¿Quién era más útil a la sociedad? A minúscula escala, observaba la misma dinámica en mi casa. Mi padre, con su inteligencia y sus insomnios en el Gran Sol, había pasado de patrón a armador de cinco barcos, generando más de sesenta puestos de trabajo. Una y otra vez, veía en mi proximidad el efecto multiplicador del vilipendiado capitalismo: aquel estibador maragato que acabó convertido en un importante exportador de pescados; el vendedor de coches con vista que montaba una red de concesionarios; el camarero inteligente que se convertía en el rey de los restaurantes… A veces el riesgo acababa en ruina. Pero aprendí que los empresarios mantienen la economía. Aportaban mucha más prosperidad que el reparto bienintencionado, que al final solo trae igualación a la baja y anestesia de la iniciativa.

El capitalismo es imperfecto y el Estado ha de jugar su papel. Pero la utopía socialista siempre acaba fatal. Los coches como metáfora: mientras Alemania occidental fabricaba los BMW, Volkswagen y Mercedes; la RDA tocaba techo con lo que el régimen llamó «El coche del pueblo», el Trabant, un cacharrillo de motorización obsoleta y carrocería de plasticurri. A ambos lados del Muro circulaba un chiste: «¿Cómo se puede doblar el valor de Trabant? Pues llenándole el depósito». Mientras Corea del Sur prosperó, se inventó Samsung, LG y Hyundai, el K-Pop y hasta ha ganado un Oscar; Corea del Norte solo destaca por su miseria y misiles amenazantes. El socialismo ha arruinado Venezuela. La subcultura de la subvención explica el endémico malestar argentino. El laborismo mantuvo estancado al Reino Unido hasta que llegó un giro liberal.

Nuestra ministra de Trabajo pretende prohibir los despidos por decreto. Los empresarios no podrán adaptar sus plantillas a sus posibilidades de negocio. Un asalto a la economía abierta. Inconstitucional, pues el artículo 8 establece que en España «se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado». Hay que frenar lo que está empezando, porque su colofón es conocido.