Jóvenes guardias

ABC 20/06/15
IGNACIO CAMACHO

· Para batirse por él ante audiencias que sacralizan la efebocracia, Rajoy ha recurrido a un casting en la guardería

UNA asociación de fabricantes de cosmética le protestó días atrás a Rajoy por anunciar que sus cambios de dirigentes no iban a ser «cosméticos». La susceptibilidad española, siempre tan propensa a indignarse con las metáforas. Eso ocurrió, en todo caso, antes de que el país supiese que los relevos del PP constituían en efecto y pese a la negativa presidencial un ejercicio de maquillaje político. Pura cosmetología destinada a rejuvenecer el rostro del partido, a tensarle arrugas, reducirle ojeras y disimularle canas. A riesgo de que se cabree también el honrado gremio de la albañilería se podría comparar la operación con un revocado de la fachada.

El tropezón electoral ha obrado el milagro de que el presidente empiece a comprender, mal que bien, que en la era posmoderna no se puede gobernar sin comunicar y que la buena comunicación puede incluso –véase el ejemplo de Zapatero– contrarrestar el efecto deun mal gobierno. Con Rajoy pasamos los españoles de un gobernante que diseñaba su política según su impacto mediático o propagandístico a otro que despreciaba por completo a la opinión pública hablándole con lengua de madera. Ha tenido que sufrir dos revolcones en un año –las europeas y las territoriales– para aceptar que todo ese ruido que desdeñaba por frívolo le estaba provocando una sangría de votos y que la lluvia fina de sus excelentes estadísticas macroeconómicas era incapaz de apagar el incendio de las tertulias.

Todo el flamante equipo de jóvenes vicesecretarios no es más que una alineación televisiva. Sus responsabilidades orgánicas sectoriales son mera retórica; están ahí para desparramarse de noche y de día por esos platós donde los anteriores portavoces, pese a que los entrenaban en una telegenia ortopédica, recibían la del pulpo a manos de unos adversarios bregados en el arte de la trivialidad tertuliana. Agit-prop. El mensaje de renovación consiste en sus caras: lozanas, treintañeras, despejadas, escogidas a la medida de una audiencia que está sacralizando la efebocracia. Para medirse con una generación emergente de políticos lampiños y descorbatados, desahogados repetidores de escuetas consignas pensadas para Twitter, el marianismo ha recurrido a un casting de guardería.

En realidad se trata de una clásica maniobra de estrategia que el maoísmo elevó a categoría. Una versión actualizada de la Joven Guardia cuyo activismo arrinconaba a la vieja nomenclatura sin tocar al Gran Timonel, al líder supremo que se servía de la ambiciosa vitalidad de los cachorros para liquidar a la dirigencia instalada. Rajoy refuerza su mando rodeándose de un cinturón de pujantes lobeznos ansiosos por ganarse unos galones que ahora se obtienen en el debate de los medios y las redes. Los enojados productores de cosméticos estarán al final de enhorabuena: los nuevos rostros parlantes van a salir en la tele a todas horas embadurnados de maquillaje.