LIBERTAD DIGITAL – 12/09/15 – JESÚS LAÍNZ
· Nos ha tocado vivir en la era de las masas, ¡qué le vamos a hacer!, así que estamos condenados a que sean éstas las que tomen las decisiones políticas, hasta las más complejas y merecedoras de reflexión. Pero las masas no piensan; embisten. Algunos pensadores más dignos de atención que este humilde juntaletras ya lo dejaron claro hace mucho.
Por eso los ingenieros ideológicos separatistas, sabedores del papel decisorio de las masas, han dedicado sus esfuerzos desde hace décadas a prepararlas para que, llegado el momento oportuno, embistan en la dirección adecuada. Y para ello, nada mejor que comenzar desde chiquitos, que luego crecen y la cosa se pone más difícil.
Ya a comienzos de siglo varias voces muy autorizadas del propio catalanismo empezaron a denunciar las semillas de odio que estaban sembrando sus hasta entonces compañeros de viaje y que comenzaban a dar sus primeros frutos. Víctor Balaguer, figura central de la Renaixença, renegó del catalanismo político en su discurso de los Juegos Florales del año 1900 al expresar con contundencia:
· Franca y explícitamente declaro que no soy catalanista, aunque sí catalán ferviente y convencido de corazón y raza, como quien más lo sea y pueda serlo. No pertenezco al bando de los catalanistas, ni habito en sus falansterios, ni comulgo con ellos, ni acepto el programa de Manresa, ni creo en el himno de Els Segadors.
Y concluyó deplorando los ideales catalanistas y sus «voces de odio y venganza».
Lo mismo, y por las mismas fechas, le sucedió nada menos que al inventor del catalanismo político, Valentí Almirall. En 1902 preparó la primera edición en castellano de Lo catalanisme, para la cual escribió un prólogo en el que renegó de «esta generación de catalanistas que a fuerza de exageraciones patrioteras ha llegado a descubrir que ha de declarar bárbaros a los no catalanes, y aun a los que no piensan, hablan y rezan como ellos, aunque hayan nacido en Cataluña»; y dejó constancia de que
· nada tenemos de común con el catalanismo o regionalismo al uso, que pretende sintetizar sus deseos y aspiraciones en un canto de odio y fanatismo (…) En hora buena que los separatistas, por odio y malquerencia, sigan los procedimientos que crean que mejor les llevan a su objetivo, pero no finjan, ni mientan, ni pretendan engañarnos. El odio y el fanatismo sólo pueden dar frutos
de destrucción y tiranía; jamás de unión y concordia (…) Jamás hemos entonado ni entonaremos Els Segadors, ni usaremos el insulto ni el desprecio para los hijos de ninguna de las regiones de España.
Pero lleguémonos hasta el 11 de septiembre, esa fecha tan sabiamente utilizada por los catalanistas para envenenar a los catalanes. No gastaremos inútilmente energías en explicar lo que explicó inmejorablemente otro egregio catalanista –aunque posteriormente se sumara al 18 de julio, ¡miserias de la condición humana!–: el escritor Josep María de Sagarra. Pues en 1922 explicó:
La mayoría de los catalanes que celebran la fiesta del Once de Septiembre seguro que no se habrán preocupado de estudiar o comprender las causas y los hechos de aquella guerra dinástica, profundamente antipática a nuestro criterio nacionalista de hoy.
Pero por ignorantes que fueran las masas nacionalistas, lo importante era que todos «habían oído hablar vagamente de Felipe V, del Archiduque, de Casanova, de la Coronela y de la entrada de las tropas» y que lo que quedaba de todo ello era «una idea heroica y legendaria de lucha y opresión». Y concluyó sus reflexiones sobre la implicación de las masas en la celebración casanovista señalando:
· A todos los que mañana llevarán coronas no les vayáis con filigranas históricas de ningún tipo; si les preguntáis a dónde van, aunque algunos no sepan contestaros de un modo preciso, en el fondo de las miradas leeréis la misma respuesta: Vamos a hacer un acto de protesta. Pero no un acto de protesta fría o desesperada, sino una protesta en la que el odio va perfumado por las flores y el incienso que se quema ante las tumbas.
Atinó Sagarra aun queriendo alabarlo: ignorancia y odio. No hay nada más que decir.