La mística del desastre

ABC 04/01/14
IGNACIO CAMACHO

· El nacionalismo catalán va a lanzar en 2014 una ofensiva de propaganda mitológica en torno a una efeméride adulterada

Para ambientarme en el aluvión conmemorativo que nos espera sobre el centenario de la Primera Gran Guerra he rescatado de un anaquel «Los cañones de agosto», de Barbara Tuchman, el libro que Kennedy estaba leyendo cuando estalló la crisis de los misiles de Cuba. El presidente americano contó luego cómo le influyó esa lectura en la ansiedad por evitar una catástrofe universal: se trata de la terrible historia de los meses iniciales de la conflagración en los que se derramó el vaso de Pandora. Los días de verano en que la opinión pública europea se precipitó hacia la hecatombe envuelta en la euforia bélica de una mística de agitación nacionalista que en cada país parecía prometer un conflicto corto, heroico y victorioso. En este 2014 acabaremos tal vez hartos de la revisión histórica de aquella gigantesca matanza que convirtió la civilizada belle epoque en un cementerio inundado de barro y de sangre. Bien estará el atracón si sirve para hacernos entender hasta qué punto las naciones son capaces de suicidarse en su propia ofuscación, en los delirios ensimismados que propician misiones autodestructivas de enajenada obcecación devastadora.

Pero mientras el mundo aprovecha la efeméride para mirar hacia sus sombras retrospectivas más siniestras, en Cataluña las élites gobernantes se aprestan a convertir el año en la coartada intelectual de una de esas supercherías que casi siempre acaban en un desastre que ahora no será bélico pero sí social y económico. El nacionalismo quiere montar sobre el tricentenario del sitio de Barcelona una monumental ofensiva emocional de exaltación separatista basada en la habitual manipulación de la Historia. Con la potencia de una enorme maquinaria propagandística unilateral con cargo al déficit que sufraga el Estado opresor, la dirigencia catalana va a lanzar una operación de trucaje simbólico en torno a una conmemoración adulterada. El ingrediente esencial de esa falsificación es, como siempre, el victimismo: los gruesos brochazos de historicismo sesgado dejarán en el subconsciente ciudadano, mayoritariamente desaficionado a la verificación del estudio, la confusa conclusión de que en el siglo XVIII Cataluña era un Estado cuyas instituciones y libertades fueron barridas a fuego por el imperialismo español. Un ficticio bucle melancólico sobre el que colgar las banderas de la alucinación separatista.

Con esta clase de fantasmagorías y mistificaciones, tan parecidas en su fondo y estructura a los entusiastas desvaríos de 1914, se conduce a los pueblos a abismos de enajenación irreparable. El de Cataluña apunta a una fractura civil y a una quiebra económica. Ya no hay cañones que empujar con la eclosiva mitología del furor nacionalista pero en la sociedad de la comunicación las sociedades se destruyen y se arruinan con embustes masivos, artificios políticos, enredos emotivos y quimeras falaces.