Linajes

JON JUARISTI, ABC 09/03/14

· Con Leopoldo María Panero se extingue aquel linaje en el que los hijos del franquismo personificaron las culpas del régimen.

EL hoy olvidado Fernando Vela publicó en 1924, en la Revista de Occidente, un inapelable juicio sobre el surrealismo, que él llamaba suprarrealismo según una traducción más acorde con el significado literal del marbete francés acuñado por Apollinaire y del que se apropió André Breton. Éste acababa de fundar con sus amigos Soupault y Aragon la Oficina de Investigaciones Surrealistas y había publicado su primer Manifiesto, en el que elogiaba la locura como forma superior de la imaginación poética: «Me pasaría la vida entera dedicado a provocar las confidencias de los locos –escribía Breton–. Son gente de escrupulosa honradez, cuya inocencia tan sólo se puede comparar a la mía». Vela, con buen sentido, observaba que de los escritos de Breton y de su banda se salvaba únicamente aquella parte sometida a un mínimo rigor lógico. El resto era deleznable, lo que Breton terminaría admitiendo tácitamente al cortar amarras con la personificación de la insania a la que por entonces rendía culto, es decir, con Antonin Artaud, que siempre estuvo como un cencerro.

El dictamen de Fernando Vela tiene un precedente lejano en una observación de Friedrich Schlegel sobre su hermano August y los cómplices de éste en el primer romanticismo alemán, el del Sturm und Drang, que los surrealistas reivindicaban como sus antepasados e inspiradores. Los jóvenes románticos, decía Friedrich Schlegel, defendían la locura y la imaginación irracional con una retórica racionalista que saqueaba la filosofía kantiana para construir sus argumentos (o más bien sus sofismas). La locura, concluía Schlegel, necesita justificarse mediante la razón. Por sí misma es indefendible.

El último sobreviviente de la saga literaria de los Panero, Leopoldo María, que acaba de morir en el Psiquiátrico de Gran Canaria el pasado jueves, no era Artaud, aunque como el Artaud español lo consideraron muchos de sus contemporáneos, atribuyendo a sus desvaríos una dimensión no sólo poética, sino oracular, semejante a la que los surrealistas estaban dispuestos a reconocer en los delirios del orate marsellés. Una prueba de ello es el titular con el que este periódico daba la noticia de su fallecimiento: «Leopoldo María Panero. La locura que se hizo poesía». Y habitó entre nosotros, podría añadirse…

Entre los tres hijos del poeta maragato Leopoldo Panero y de la madrileña Felicidad Blanc sólo hubo un poeta auténtico, Juan Luis, el primogénito. Juan Luis Panero Blanc era un tipo difícil, egocéntrico e intratable, pero, sin duda, uno de los mejores poetas de su generación, aunque sus versos no le gusten a Luis Alberto de Cuenca. Lo de Leopoldo María fue otra cosa, un pretexto para el ejercicio de cierta crítica con pretensiones de radicalidad y absolutamente incapaz de realizar un diagnóstico serio de la cultura española, que identificó la poesía de Leopoldo Panero con el franquismo (como poeta oficial del régimen se le presentaba en los documentales de Jaime Chávarri y de Ricardo Franco), y la paranoia de su hijo Leopoldo María, con el antifranquismo o, lo que es peor aún, con la verdadera poesía.

Ahora bien, quizás haya resultado inevitable hacer esa postrera concesión compensatoria al último de los miembros de un linaje ya definitivamente extinto (de «fin de raza» se autocalificaban en

El desencanto Juan Luis y Michi Panero). Un linaje condenado al infierno por el rencor estalinista de Neruda, y del que los vástagos del franquismo se valieron para matar simbólicamente a sus papás en la película del hijo de Marichu de la Mora. A algunos, ese destino de los Panero les parece trágico, pero es solamente esperpéntico, como la canonización poética de la locura. Si Fernando Vela levantara la cabeza…

JON JUARISTI, ABC 09/03/14