ABC-LUIS VENTOSO

Mientras la derecha se pelea, Sánchez sigue armando coaliciones de alto riesgo

EL PSOE es como la tostada que cae siempre por el lado de la mermelada. No falla. Históricamente, cada vez que le toca elegir entre partidos conservadores valedores de la unidad de España y fuerzas nacionalistas antiespañolas, un extraño reflejo lo lleva a inclinarse por los que anhelan finiquitar nuestro país.

En las últimas autonómicas, la coalición constitucionalista Navarra Suma, que une a PP, UPN y Ciudadanos, ganó con 19 escaños. El PSOE obtuvo 11; Geroa Bai, que gobernaba, se quedó en 9; Bildu obtuvo 8 y Podemos, 2. Geroa Bai viene a ser el submarino del nacionalismo vasco, que aspira a anexionar Navarra para empujar con un nuevo vigor hacia la independencia. En cuanto a Bildu, nada hay que explicar: nació como la sucesión política de ETA. Por último, Podemos defiende las consultas de independencia y rechaza la Monarquía y el orden constitucional, que desprecia como «el régimen del 78». Lo normal, lo razonable para la estabilidad del país, sería que el PSOE dejase gobernar a los constitucionalistas que han ganado claramente, o incluso que cogobernase con ellos. Pero Ferraz –léase Sánchez– ha aprobado que el PSOE navarro, derrotado en las elecciones, okupe el poder coaligado con nacionalistas y comunistas y con el plácet viscoso de la abstención de Bildu.

Sánchez se pavonea estos días como si fuese el Jefe de Estado, imposta moderación, se pone serio con Iglesias de cara a la investidura y hasta demanda el apoyo de Cs y PP. Pero de manera simultánea opta en Navarra por el radicalismo. Llegado el caso, para seguir en La Moncloa volverá a recurrir a comunistas y separatistas (si no tuvo escrúpulos para armar Frankenstein 1, ¿por qué los va a tener para Frankenstein 2?).

La anomalía del PSOE provoca que en la práctica se hayan formado dos bloques muy antagónicos: el conservadurismo constitucionalista, que les guste o no encarnan PP, CS y Vox; y el llamado «progresismo», que en la práctica amalgama al PSOE con los comunistas y con nacionalistas y separatistas (movimientos en realidad profundamente retrógrados, pues promueven la desunión por motivos de superioridad identitaria). Con semejante panorama, resulta chirriante que el partido que más énfasis hace en la unidad de España y el antiizquierdismo, Vox, esté dispuesto a regalar el mando de comunidades españolas a socialistas y comunistas solo por el escozor de que Rivera los hace de menos. Se entiende que estén enojados ante el desagradable desdén riverista, que los trata como si fuesen un germen infeccioso. Pero si esa irritación se va a traducir en expulsar a la derecha del Gobierno de Madrid dándole bola a la alternativa que defiende Errejón –paladín de la dictadura bolivariana y probado usurpador de becas–, Vox irá de cráneo. La mayoría de sus votantes no le perdonarían regalar Madrid a Gabilondo y Errejón, con las consiguientes subidas de impuestos y la continuidad de la obra de ingeniería social de Doña Manuela. Abascal debe ordenar parar (si es que manda en un partido que empieza a mostrar ribetes frikis en su casting).