Los incomprendidos

 

Os envío un artículo de Julio Caro Baroja. A mí me parece genial. Poco más se puede decir. Está incluído en una recopilación de artículos titulada «El laberinto vasco» de la que hace un par de años Caro Raggio Editor ha hecho una hermosísima edición, ampliada respecto a la que se editó hace ya bastantes años. Me parece un libro muy recomendable. Con él se aprende y se disfruta. Además se ve la actitud de Julio Caro Baroja ante el PNV. Quiso ser generoso con él y terminó hastiado del nacionalismo vasco. Como tantos.

Desde hace algún tiempo se juega más a “los incomprendidos” que nunca. ¿En qué consiste este juego? Todos los que hemos andado algo por el mundo, como nómadas universitarios, hemos conocido en algún restaurante de estudiantes y profesores o en sitio similar a gentes de razas distintas. Todos hemos oído decir al joven intelectual chino, japonés, hindú, árabe, con cierto aire de superioridad: “Ustedes los occidentales no nos comprenden. No pueden comprendernos…” El alma hindú –pongamos por caso- posee unas interioridades, unos matices, unas delicadezas que el hombre de Occidente, con su positivismo y cientifismo, es incapaz de percibir la mística hindú, etcétera…

A veces, ante el cliché repetido, el pobre hombre más o menos occidental, que recibe la admonición, tiene ganas de replicar: “¿Pero quién le dice usted que yo soy positivista o científico? ¡Si me cuesta mucho sumar con los dedos!”.

Por otra parte: ¿Qué es eso de ser occidental? ¡Porque cualquiera le dice a un inglés que es como un manchego y a un alemán que es como un italiano del sur! Los ingleses por su parte, hablan de los continentales como de un bloque…Un bloque en el que cabe todo lo malo al parecer, como en el que constituye el Norte, según algunas gentes de la hoya de Antequera y donde existen poblaciones abominables como Valladolid y Bilbao. ¡Dígales usted, por otra parte, a los nativos de estas dos ciudades que son parecidos! El hombre de Occidente, el continental, el del Norte, el del Sur, el latino, el germano…Todos, incapaces de entender al prójimo. Y menos que a ningunas otras, a las “almas orientales”. Dejemos la “negritude” a un lado. Los europeos no entienden nada. Se lo dicen en todas partes.

Pero ahora resulta que eso de ser “incomprendido” se extiende. En España sabemos que por de pronto, no se comprende a los catalanes, a los vascos, a los gallegos, a los andaluces, a los castellanos. Menos, si cabe, a los gitanos, ¿Quién es el que no comprende? El que no es catalán, vasco, andaluz, gallego, castellano o gitano. Todos, menos el incomprendido.

Antes, por estas tierras los “incomprendidos” o los que se creían tales eran algunos artistas bohemios de los que la gente no se ocupaba ni para comprenderles ni para incomprenderles. Ahora el papel de incomprendido se ha socializado y todos tenemos derecho a desempeñarlo: como si fuéramos chinos o hindúes en un restaurante de ciudad universitaria con self-service.

Antes de proseguir, quiero aclarar que a mí, personalmente, no me gusta el papel y que renuncio a ejercerlo. Prefiero que me comprendan. Y creo que no tengo ningún rasgo de exquisitez o de otra índole para decirle a nadie: “Usted no me comprende. Yoooooo…”. Tampoco me siento representante del alma colectiva de ninguna Comunidad, grande o pequeña. No puedo decir, ni siquiera: “A nosotros los de Navalperalillo no nos comprenden en nuestro ser íntimo, lleno de matices”. No. Hay que ser modesto y comprensible.

Pero, como discípulo de Mr. Pickwick y an observer of human nature, me gusta escuchar las razones de los “incomprendidos” desde los más lejanos en el Espacio a los más cercanos, y últimamente he oído las razones dadas por algunos gitanos en punto a por qué los “payos” no les comprenden. También otras relativas a por qué los que no lo son no comprenden a los andaluces. La verdad es que me he quedado asombrado de la comprensibilidad de los incomprendido e incomprensible, de tal suerte que se me ha venido al magín, en el asombro, aquel pasaje de don Feliciano de Silva que hacía las delicias de Don Quijote: “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace y que de tal manera mi razón enflaquece que con razón me quejo…”. No de ninguna “fermosura”, sino de que se diga que son incomprensibles cosas muy claras y fáciles de entender. También de que se abuse de tópicos para decirnos en tono de secreto: “Ustedes no nos pueden comprender…”, cuando lo que no se puede comprender es, por ejemplo, una cosa tan vieja y acreditada entre pueblos arios, semitas y camitas como el “ideal de virginidad” y de castidad en la mujer. Tampoco comprendemos –se nos dice- algunos pliegues del lado árabe del alma andaluza. Esto sí se explica más: porque para encontrar la semejanza entre Arabia y Andalucía hay que ser, por lo menos, pastor de la Iglesia luterana, y el que escribe resulta que es andaluz por más de un costado, en el que no descubre arabismo posible, sino más bien gente gorda, rubia, con los ojos azules y bastante melancólica.

Pero lo que antes estos y otros ejemplos hay que preguntarse es: ¿Por qué gusta tanto el papel de incomprendido? Acaso porque nos hace aparecer con un perfil romántico y distinto. Mas la realidad es que cuando se da el caso real del “incomprendido” resulta que corresponde a una terrible condición individual, a una situación que padecen ciertos hombres geniales y nadie más. Beethoven porque su música se resiste… También algunos sabios deben sentirse terriblemente aislados por lo incomprensible que es lo que hacen. No hay que envidiar la situación. Sí admirar las razones de la incomprensión. Mas es notorio abuso que un vecino nos diga de repente: “Ustedes no me comprenden… porque soy de la Seo de Urgel, o del Burgo de Osma”. Quitemos las barreras mentidas de la incomprensión y abramos las de la comprensión. El andaluz debe decir al vasco: “En el fondo, soy más parecido a usted de lo que usted se cree”. El gitano al payo: “Vea usted lo mucho que nos parecemos”. Y a la recíproca.

Somos todos hombres con ojos, nariz, oídos y boca. Personalmente, cuando he estado en los sitios más lejano y distintos a mi medio, lo que más me ha chocado es encontrar, tras la balumba de gestos y atuendos, intereses dominantes parecidos en hombres y mujeres. En muchos casos, las diferencias son cuestión de residuos. Y conste que a veces lo lamento. A veces me gustaría encontrarme con un interlocutor que me dijera: “Mire, señor Caro, usted no me puede comprender, porque soy de Sabadell”. Pero que luego fuera verdad que por tal razón era incomprensible. De lo contrario, a los incomprendidos hay que decirles: “No se haga usted ilusiones, señor X. No se haga usted ilusiones. Todos somos bastante pedestres”.

Julio Caro Baroja, actualizado 1/7/2004