Manuel Alcantara, EL CORREO, 16/2011
Han conseguido transformar la agitación en inquietud. Los amotinados actuales no pretenden romper moldes, sino crear unos nuevos donde puedan caber ellos, o sea, una sociedad que les contenga. Quizás los fenómenos sociales sólo se expliquen a toro pasado y el toro debería estar emplazado en muchas plazas mayores, no únicamente en el chiquero nacional de la Puerta del Sol. ¿Qué está pasando? Eso quisiera saber yo, pero soy uno de los últimos residuos de una generación domesticada cuyo libro de cabecera fue la ‘cartilla de racionamiento’. Todo ha cambiado y los niños de entonces somos los ‘carrozas’ de ahorra, pero aunque estemos enjaezados por los calendarios, pretendemos saber de qué va esto. Los ‘indignados’ son pacíficos. Han sustituido a Lenin por Ghandi y han acordado mantener sus acampadas, que son auténticos aduares, pequeñas tiendas instaladas en el asfalto más céntrico. Su asamblea general, después de varias horas de debate, ha decidido proseguir la ocupación. Circulan entre los congregados eslóganes comparables con los del mayo francés, que plagiaban a André Bretón y a los surrealistas. «Pienso, luego estorbo», «Manos arriba, esto es un contrato», «Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir». De momento, los desvelados son los comerciantes. Los que protestan quieren buscarse la vida, pero a ellos les están buscando la ruina. ¿Explica este ‘botellón’ de abstemios que la abstención haya rozado el 40% en las elecciones municipales? La gente no cree en los políticos, porque están hartos de oírlos, ni en los banqueros por lo que callan.
Cuando Dámaso Alonso publicó ‘Hijos de la ira’ Madrid tenía un millón de habitantes. Los blogueros han congregado a muchos más, pero lo curioso es que los coléricos sean tan pacientes y tan tenaces. La ira, que es una pasión, va más allá del enfado y del enojo. Y hablando de pasiones, será apasionante saber cómo y cuándo van a terminarse las acampadas, si es que se terminan.
Manuel Alcantara, EL CORREO, 16/2011