PSOE y Ciudadanos, tan lejos y tan cerca

Ignacio Varela-El Confidencial

Ambos tienen la ocasión —de la que carecen sus actuales compañeros de viaje— de elegir, oxigenar la política española y privar de poder decisorio a las fuerzas del azufre destituyente

El hecho de que Tezanos haga mangas y capirotes todos los meses con las encuestas del CIS invitaría a prescindir de ellos —como ya han hecho muchos analistas— hasta que se restablezca la seriedad en el instituto oficial. Cuatro barómetros, cuatro fórmulas diferentes de presentar la situación electoral. En la última entrega del año, tiene al menos el pudor de suprimir la palabra ‘estimación’, se acuerda al fin de que el voto en blanco es voto válido e invita a “investigadores y demás profesionales” a que cocinen como quieran la merluza cruda —y un poco pocha, pescada hace cuatro semanas— que últimamente se sirve en ese local, otrora prestigioso.

En realidad, no es tan difícil aplicar a los datos crudos un método de cálculo convencional, parecido al que el CIS ha venido usando durante décadas y al que manejan la mayorías de las empresas demoscópicas. Si en lugar del antojadizo Tezanos hoy estuviera al frente del CIS cualquiera de sus antecesores, el barómetro de diciembre habría ofrecido una estimación de voto muy similar a esta:

 
Estimación de voto
PSOE 24,4%
PP 22,5%
Cs 19,1%
Unidos Podemos 18,3%
Vox 4,0%
Pacma 2,5%
ERC 3,5%
PdeCAT 1,3%
PNV 1,2%
EH-Bildu 0,8%
Otros 1,6%
En blanco 0,8%

Partiendo de esos datos, algunos nos aventuraríamos a distribuir los escaños del Congreso más o menos así: PSOE, 96; PP, 93; Ciudadanos, 70; Unidos Podemos, 61; Vox, cuatro; ERC, 13; PDeCAT, cuatro; PNV, seis; EH-Bildu, dos; Coalición Canaria, uno.

No digo que esto refleje la realidad; es simplemente la estimación que resultaría de los datos de esta encuesta con el método de cálculo anterior a Tezanos.

La gran discrepancia respecto a la mayoría de las encuestas que se han publicado tras las elecciones andaluzas está en el tamaño del voto de Vox. Mientras todos los demás lo ven disparado y cuentan sus escaños por decenas, este sondeo lo limita a un 4% (que en todo caso triplica lo que le daba el mes anterior), lo que reduciría drásticamente su cosecha de asientos en el Congreso.

Todo esto será una mera curiosidad si se confirma el designio de que las elecciones generales sean posteriores, y no anteriores ni simultáneas, a las municipales y autonómicas. Hemos aprendido que en esta yincana electoral cada votación transforma el panorama y delimita de nuevo el campo de juego. Así que más vale que centremos la atención en la única elección de fecha segura, que es la territorial del 26 de mayo.

En ella, el resultado político no se medirá en porcentajes de votos ni en concejales o diputados autonómicos, sino en gobiernos. Concretamente, en unos cuantos gobiernos, los que se consideran claves. Y estos dependen de los pactos. En 2015, el PP, ganador numérico en las urnas, fue arrasado en los gobiernos por lo inelástico de su política de alianzas y la crecida del partido emergente, que entonces fue Podemos.

En los comicios del 26 de mayo, la izquierda pone en juego más gobiernos clave que la derecha

 

En esta ocasión, la izquierda pone en juego muchos más gobiernos clave que la derecha. Muchas de las alcaldías y gobiernos autonómicos que la izquierda ganó de carambola hace tres años corren grave peligro: todo parece indicar que las ‘tres derechas’ superarán a las ‘dos izquierdas’ (en realidad, también tres: Podemos y los dos PSOE) si se consolida la polarización en bloques ideológicos. Para empezar, las siete alcaldías emblemáticas de Podemos (Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Cádiz, A Coruña y Santiago) están en el alero.

En situaciones de gran fragmentación y complejidad como la que se avecina, tienen ventaja los partidos más versátiles y que disponen de más alternativas de pactos. En nuestro caso, estos son claramente Ciudadanos y el PSOE. Ambos tienen a la vez un dilema y una oportunidad.

El PSOE ya es consciente (y si no lo es, más vale que se entere cuanto antes) de que en muchos territorios clave la suma de sus votos con los de Podemos no será suficiente. La coalición Frankenstein se queda coja allí donde falta la muleta salvadora de los nacionalistas.

En la medida en que Sánchez imponga a su partido la dialéctica polarizadora de los dos bloques (que es la única que, en su plan de futuro, puede darle la próxima investidura), los gobiernos municipales y autonómicos en los que ahora está el PSOE caerán como fichas de dominó. Si se abre a un juego de posibles coaliciones de centro-izquierda con Ciudadanos (respetando al que más votos tenga), su partido salvará muchos gobiernos, pero el discurso sectario de la lucha cerrada contra ‘las tres derechas’ quedará averiado. Como en tantas otras cosas, lo bueno para el país y para el PSOE es malo para Sánchez, y viceversa.

Rivera puede jugarse la baza de reproducir en todo el territorio el modelo andaluz. Ello le garantizará estar presente en todos los gobiernos en que la suma de PP, Cs y Vox supere a la izquierda, y encabezar aquellos en que sea la primera fuerza de la derecha (puede ocurrir en lugares tan importantes como Madrid). Pero ello tendrá consecuencias estratégicas de largo alcance: al garete el proyecto macronista del extremo centro.

La otra vía es mantener una higiénica distancia con Vox y buscar, donde sea numéricamente posible y políticamente explicable (no es el caso en la Junta de Andalucía, pero quizá sí en varias de sus capitales) un intercambio de apoyos con el PSOE. En este caso, no hay contradicción: lo que beneficiaría al país (por romper la maldita guerra de bloques) y a su partido (por ponerlo en condiciones de ser el partido que participe en mayor número de gobiernos) será saludable también para la estrategia nacional de Rivera.

Ya va siendo hora de que se vea a Cs lidiando toros de verdad. Hasta ahora, siempre han encontrado alguna excusa para escaquearse de gobernar

Por otra parte, ya va siendo hora de que veamos a Ciudadanos lidiando toros de verdad. Hasta ahora, siempre han encontrado alguna excusa para escaquearse de gobernar.

Ni al PSOE le interesa quedar preso de Iglesias y sus confluencias, ni a Ciudadanos atrincherarse con Casados y Abascales. Ambos tienen la ocasión —de la que carecen sus actuales compañeros de viaje— de elegir, oxigenar la política española y privar de poder decisorio a las fuerzas del azufre destituyente. Solo se trata de que ambos renuncien a la monogamia y admitan que el otro también lo haga.

Escuchando las cosas que hoy se dicen, parecen estar demasiado lejos. Pero uno nunca pierde la esperanza de que alguna vez los dirigentes políticos decidan que hacer lo correcto vale más que el dictado de sus vísceras.