Un Gobierno para la desesperanza

José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

Sigue la pandemia, el fondo europeo será condicional, Cataluña ha entrado en colapso, Podemos se ha echado al monte y Sánchez se cierra puertas con el PP

No «salimos más fuertes» de la pandemia. En absoluto. Entre otras razones porque la pandemia, con menor gravedad pero amenazante, continúa. Pedro Sánchez no apela ya al estado de alarma y al confinamiento general para contener los graves rebrotes, singularmente en Cataluña Aragón, sino que, como describió ayer Ignacio Varela, parece desentenderse de la segunda vuelta de la crisis sanitaria, declinando las responsabilidades en las comunidades autónomas que, al ejercerlas malamente, infringen con normativas de rango insuficiente, y sin competencias, la vigencia de derechos fundamentales como el de libre circulación y asociación, entre otros.

La reaparición del coronavirus en múltiples focos —más de 150— no permite ni siquiera suponer que la temporada turística se haya salvado. Por el contrario, las perspectivas empeoran a medida que avanza el mes de julio. Se ahondan así los resultados de la recesión que desembalsará en el próximo otoño sus consecuencias con una crudeza que los sucesivos pronósticos auguran cada vez más temible.

Este mes está siendo de desesperanza para España porque las expectativas alentadas por Pedro Sánchez y su Gobierno, lejos de cumplirse, están quedando desnudamente desmentidas. No es solo que Nadia Calviño haya perdido la presidencia del grupo de ministros de finanzas de la zona euro cuando creímos disponer de ese bastión para mejor defender nuestros intereses en la Unión Europea, sino que además, tras un planteamiento gubernamental optimista y un manejo de los mecanismos internacionales un tanto bisoño por el presidente, su periplo por La Haya, Estocolmo, Berlín y París ha deprimido también las mejores expectativas sobre el fondo europeo de reconstrucción que desde ayer se discute en Bruselas. El aviso de Pedro Sánchez según el cual «habrá que hacer renuncias», remite al desplome de esa otra esperanza: una ayuda europea rápida, solidaria, con más transferencias que créditos, fondos con sentido finalista y baja —incluso nula— condicionalidad.

El soporte de apoyo parlamentario para manejar la pandemia rebrotada y la negociación europea, es volátil, incierto e insuficiente. Entre otras razones porque la expectativa de que Pedro Sánchez y su equipo iban a apaciguar la situación en Cataluña, tampoco se ha cumplido. Allí la situación —que ha entrado en colapso sanitario, político y social— es peor que en enero. Las relaciones con los socios de investidura derrotan por donde estaba previsto que lo hicieran, es decir, hostigando al sistema de 1978 y situando al Ejecutivo —la parte socialista de los dos Gobiernos que conviven en el Consejo de Ministros— contra las cuerdas. Los republicanos y el resto de los independentistas siempre disponen de un buen motivo para arremeter contra la institucionalización constitucional.

Por ejemplo, contra la monarquía parlamentaria. Hasta tal punto que republicanos y bilduetarras se han negado a participar en el homenaje a las víctimas de la pandemia del pasado jueves para “no blanquearla”. Su confusión interna es de tal calibre, que sí asistió el bronquista Joaquim Torra. El presidente de la Generalitat en poco tiempo tendrá que convocar elecciones catalanas en las que podría suceder que también la marca de Podemos allí se desplome como en Galicia y el País Vasco, sin que aumenten los efectivos parlamentarios del PSC. Nos encontraríamos así, en el peor de los supuestos: el PSOE de Sánchez no solo no capitaliza —tampoco hay demasiados motivos para que lo haga— su gestión gubernamental, sino que la fuga de votos que experimenta su socio acrece a las opciones nacionalistas más radicales. Si eso vuelve a ocurrir, como en Galicia y Euskadi, estaríamos bordeando el desastre. Y la mesa de diálogo con la Generalitat se convertiría en un reclamo para un nuevo pacto constituyente.

El socio morado de Sánchez es también una expectativa por completo defraudada porque su nuevo rol institucional no le ha moderado. Podemos, con Iglesias, está echado al monte. Contra Felipe González y el PSOE histórico, contra el rey Felipe VI —le interesa más que Juan Carlos I, ya amortizado—, contra periodistas y medios de comunicación a los que pretende sentar —de consuno con los nacionalistas y secesionistas— en una comisión de investigación parlamentaria sobre las «cloacas» y expresando de continuo criterios completamente divergentes con los socialistas sobre materias delicadas. Los fracasos electorales de Iglesias —en situación procesal comprometida y ratificado ayer por la ejecutiva de su partido— han convertido su presencia en el Ejecutivo en un refugio, no en una instancia para ensanchar su base electoral. A Podemos, prácticamente sin poder territorial, no le queda más trinchera que la sala del Consejo de Ministros.

Y tampoco hay esperanza de recambio de Gobierno. Porque, además de las reticencias del PP respecto de Sánchez, el propio presidente —en unas declaraciones más inoportunas para la Unión Europea que para la propia política interior española— ha descartado una alternativa de emergencia «a la alemana» como le sugería Núñez Feijoó.

El pasado día 8, en la entrevista publicada con el diario italiano ‘Corriere de la Sera’ el presidente fue rotundo: nunca ha pensado en pactar un Gobierno con los populares, remitiéndose al ejemplo del PASOK griego que «casi desapareció» tras hacerlo con los conservadores. De manera tal que el secretario general del PSOE, aun en una situación de máxima emergencia económica, social y política, en vez de mantener abierta la opción de un Ejecutivo al modo del que preside Angela Merkel, se cierra esa puerta y se condena a seguir gobernando, desesperanzadamente, con los partidos políticos antisistema.

Así, el líder socialista, no solo defrauda todas las expectativas que él y su Gobierno —por cierto, desvencijado— nutrieron con argumentos vanos, sino que se abona a continuar con esas amistades peligrosas que podrían terminar llevando al país a la «crisis constituyente» que ya bordearíamos según dejó caer, sin aclaraciones posteriores suficientes, nada menos que el ministro de Justicia. Sí, un Gobierno para la desesperanza y, acaso, para el rescate.