Voluntad ciudadana, ingeniería política

NICOLÁS REDONDO TERREROS – EL MUNDO – 26/12/15

Nicolás Redondo Terreros
Nicolás Redondo Terreros

· «El hombre más impío del mundo», el llamado en su tiempo «judío ateo», al que su obra Leibniz calificaba de horrible y espantosa, o no encontraba explicación a cómo un «hombre tan culto pudiera caer tan bajo»; ese hombre, Baruch Spinoza, verdadero padre de las bases de la modernidad que han inspirado los últimos tres siglos, decía, acertada y humildemente, en su Tratado Político: «Resulta, pues, que de todas las ciencias aplicadas, la política es aquella en que la teoría discrepa más de la práctica y nadie sería menos idóneo para regir una comunidad pública que los teóricos o filósofos». Esa primerísima afirmación no le impide arriesgarse a intentar –sabiendo que no «hay hombres sin defectos» y que los políticos se han inclinado a utilizar en ese mundo imperfecto más «el miedo que el razonamiento» y ahora más el halago que el análisis– definir «la doctrina que mejor puede coincidir con la práctica».

Coincido en la dificultad de acertar en cuestiones políticas desde fuera y coincido, sin embargo, en intentarlo continuamente abriendo caminos, la mayoría de las veces impracticables, proponiendo metas que sirvan de referencia a los políticos profesionales. Eso es lo que, olvidando con facilidad errores, hacemos algunos desde las tribunas que los periódicos, televisiones o radios nos ofrecen, porque siendo cierto lo dicho por el judío de origen peninsular, lo es también que la política es lo suficientemente importante como para dejarla sólo en manos de los políticos profesionales. En España el 20 de diciembre hemos tenido unas elecciones generales que muchos indicadores hacían suponer eran el prólogo de un tiempo político nuevo y complicado. Sin embargo, se han convertido en el introito de un periodo más confuso que complicado, más imposible que difícil y claramente amenazante más que incierto.

El Partido Popular no llega a los 125 escaños y el socialista no se acerca a los 100, pero los nuevos partidos quedan muy lejos de sustituirles, a pesar de su fuerte irrupción. La suma de los dos grandes partidos nacionales sobrepasa con creces los 200 diputados y la de los nuevos partidos supera ligeramente los 100, no se ha impuesto claramente lo nuevo y los partidos tradicionales han resistido con dificultades el intento político y mediático de ser sustituidos. Nos encontramos, por tanto, ante un escenario con cuatro protagonistas políticos nacionales y los de siempre esperando su oportunidad.

Eric Hobsbawn afirmaba: «Las palabras son testigos que a menudo hablan más alto que los documentos». De la noche electoral no es el resultado lo que más me ha preocupado –los españoles han dejado de una forma clara todas las soluciones en manos de los políticos–, han sido las palabras de cambio y de victoria de la izquierda o de la derecha, que me han hecho recordar aquellas palabras desanimadas, tristes, confirmatorias de la tragedia de Menéndez Pidal a Fidelino de Figueiredo comentando su libro Las dos Españas: «La mayor desgracia era, sin duda, la rudeza con que en ella se daba la división de derechas e izquierdas, las dos Españas, que Vd. sabe mejor que nadie, y ahora esa división se ha ahondado poniendo por medio un foso de sangre. ¿No habrá político que sepa allanar ese foso para fundar sobre él la tercera España, indivisa y concorde?». La carta de Pidal al portugués fue escrita durante la Guerra Civil.

Tuvieron que pasar 40 años para que esa España de la mayoría, de izquierdas o derechas, fuera para todos, hasta para los que no creían en ella. Y ahora, cuando los ciudadanos han dejado en manos de los políticos la solución, empatando materialmente a los posibles contendientes, las palabras más necesarias por inteligentes son las del acuerdo entre diferentes, las del consenso, las de los denominadores comunes, aunque los mas intransigentes, de uno u otro lado, los más sectarios o los más interesados hagan bandera de facturas pendientes o de esperadas venganzas.

Durante 15 años he defendido la necesidad de fortalecer los consensos básicos de la sociedad española, los denominadores comunes en los que se debe y puede basar la convivencia democrática y pacífica de una sociedad occidental, con el fin de enfrentarnos a objetivos que trascienden la visión y las propias fuerzas de la izquierda o de la derecha. En esas andaba yo, en una soledad suavizada por creer firmemente lo que decía y con algunas amistades tan enriquecedoras como peligrosas, cuando algunos hostigadores y zelotes de una ortodoxia socialista tan petrificada como conservadora envidaron y dejaron atrás la necesidad de consensos para ir directamente a la propuesta de gobiernos de coalición entre la derecha y la izquierda, creyendo tranquilizar con estas propuestas mercantiles y sin base real los oídos de los poderosos. Volverán a tronar con énfasis los impostados, vestidos deprisa con los ropajes de la respetabilidad que da la defensa matemática de la gobernabilidad, de la estabilidad… Sabiendo que es imposible y si así no lo fuera sería inconveniente.

Pero vayamos a los actores principales, heridos pero no muertos. El PP ha tenido una reducción de su representación parlamentaria histórica pero ha ganado las elecciones con 30 diputados sobre el segundo partido. El PSOE ha conseguido rebajar el triste suelo de las elecciones pasadas pero se ha mantenido a distancia de quien le combate la hegemonía de la izquierda. Si hubiera una gran coalición, algo imposible en la cultura de la izquierda española, el PSOE se situaría para muchos años como un partido ancilar en la política española, unas veces con unos y otras con los contrarios, como ya sucede en ámbitos autonómicos y locales, poniendo en bandeja y en un corto periodo de tiempo su cabeza a disposición de Podemos.

Pero si tuviera la tentación de elevar los acuerdos municipales y autonómicos con Podemos al ámbito nacional estaría consagrando la división en dos de España y podríamos recordar La rendición de Breda para imaginarnos cómo entregaría las llaves de la izquierda socialdemócrata a las huestes de Iglesias y compañía. Al error táctico sumarían el error histórico que es el que sería imperdonable para las generaciones futuras.

El PP, obligado y legitimado para tomar la iniciativa de formar gobierno, tiene que tener entre sus análisis aquel que les imponga, si no logra acuerdos básicos de gobierno, un mayor sacrificio que los impuestos por el interés o la rutina. Volvemos por tanto a la necesidad de situar la política por encima de las siglas. El PSOE tiene la penúltima oportunidad de hacer una refundación que llama a sus puertas con fuerza desde hace tiempo y volver a conectar con las capas más activas y transformadoras de la sociedad española y para eso necesita responsabilidad, moderación y probablemente la valentía de desdecirse de algunas de las políticas propuestas y de las palabras dichas. El PP tiene la oportunidad de demostrar su capacidad de pactos o su grandeza si le fuera imposible conseguirlos.

En ese juego el actor más importante, el que puede ayudar, en un sentido o en otro, pero siempre salvando el foso de la división y de la fractura, es el partido liderado por Albert Rivera. Están en condiciones de hacerse mayores, de convertirse en un actor fijo de la política española, pero para eso desde su origen de resistencia deben comprometerse y mancharse las mangas de la camisa. Pasados unos días de las elecciones sólo puedo expresar mi deseo de que el juego sea por lo menos a tres y con todos los que quieran estabilidad y un impulso reformador que mantenga viva la España dinámica y plural que en el año 1937 echaba de menos Pidal y hemos sabido construir desde la aprobación de la Constitución.

NICOLÁS REDONDO TERREROS – EL MUNDO – 26/12/15